Redacción
Bendiciendo, regalando y distribuyendo felicidad a los corazones infantiles, San Nicolás camina todos los años, el anochecer del 5 de diciembre, a través de los países católicos.
Nada tiene que ver con la figura paganizada de “Santa Claus”, fruto de negociantes norteamericanos. El santo obispo sale de la oscuridad de la noche invernal a la luz de nuestras casas; entra y vuelve a desaparecer en la oscuridad de la noche. Así también apareció en la historia.
Su nombre resplandece brevemente en el siglo IV. Su firma aparece en los documentos del Concilio de Nicea, en el 325. Y se vuelve a extinguir sin que los escritos lo mencionen.
Nicolás era obispo de Mira, en Asia Menor, y destacó por sus buenas obras. Es todo lo que sabemos de su vida con certeza. Pero, aunque los sabios y escritores de su siglo callen, el pueblo no olvida al que le mostró amor y misericordia. El recuerdo del bondadoso obispo sigue viviendo de generación en generación y las leyendas florecen a su alrededor como testimonios de agradecimiento.
Centro de estas leyendas son los milagros. Incluso desde lejos salvaba a los inocentes sentenciados a la espada del verdugo; protegió a tres doncellas pobres que no se podían casar por falta de dote; libró de la muerte a unos marineros víctimas de un naufragio; hizo que un joven secuestrado regresara a la casa paterna y resucitó a tres estudiantes asesinados. Durante una terrible época de hambre, condujo los barcos cargados de trigo a Mira. Siempre y en todas partes fue el auxilio amable y solicitó de toda persona que se hallaba en apuros.
¡Cómo se abría el alma del pueblo a la amabilidad del santo! La emperatriz Teofanía se encargó de propagar su devoción en todo el imperio de Oriente. Por su parte un grupo de marineros, al sustraer sus reliquias del poder de los turcos y trasladarlas de Mira a Bari, el año 1087, acrecentaron su culto en Occidente. Llegó a ser patrono de la navegación, de los comerciantes en viaje y del matrimonio, así como protector de los hospitales, de los pobres y de los niños.
Todos los caminos y las rutas de navegación de la Edad Media, estaban rodeadas de iglesias y capillas dedicadas a San Nicolás.
La Liga Hanseática llevó su veneración hasta los Países Bálticos, en el extremo norte de Europa. En la Remota Islandia existen 40 santuarios dedicados a San Nicolás. En todas partes de la Europa oriental, donde los campesinos y colonos alemanes labraban la tierra, también se erigieron capillas en honor de este gran santo. La Rusia ortodoxa lo venera como Patrono.
La fe que profesaba el pueblo a San Nicolás quedó plasmada y perpetuada en una multitud incontable de manifestaciones artísticas, tanto de Oriente como de Occidente.
Los mosaicos, las miniaturas y los íconos del Oriente nos presentan a San Nicolás con la cabeza descubierta, revestido de obispo, con su blanca mitra y un listón ancho, parecido a la estola, adornado con luces. En su mano izquierda sostiene el libro de los evangelios, mientras bendice con la derecha.
El arte occidental también lo representa como obispo, a cuyos pies están acurrucados los tres estudiantes resucitados. En sus brazos lleva un libro con tres esferas de oro.
Ojalá que el mundo actual… pueda así recibir la Buena Nueva, no a través de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos, sino a través de ministros del Evangelio, cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo." ( E. N., n. 80)