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e acuerdo con datos del Banco de México, durante septiembre los connacionales que residen en el exterior –de manera abrumadoramente mayoritaria en Estados Unidos– enviaron dinero a México con más frecuencia y en cantidades más altas: el número de envíos creció 9.5 por ciento interanual, con un monto promedio por operación 3.5 por ciento mayor, con lo que los capitales recibidos por este concepto alcanzaron 3 mil 80 millones de dólares, cifra 13.3 por ciento mayor a la registrada en septiembre de 2018.
Estas cifras, que suponen un récord histórico, van en consonancia con las que se han reportado a lo largo de todo el año, con excepción de junio. Así, entre enero y julio, las remesas sumaron 20 mil 524 millones de dólares, 7.45 por ciento más que en el mismo periodo del año anterior. Para dimensionar su importancia en el conjunto de la economía nacional, vale la pena compararlas con las otras dos fuentes principales de divisas. Siempre con información oficial del Banco de México, en la primera mitad del año las remesas superaron en 32 por ciento a los ingresos obtenidos por exportación de petróleo, y en 29 por ciento a los que fueron producto del turismo internacional.
La magnitud de estos ingresos y el esfuerzo de los mexicanos en el exterior para hacerlos crecer de manera ininterrumpida constituyen una fuente de alivio para los millones de familias mexicanas que dependen de ellos para cubrir una parte o el total de sus gastos diarios. Asimismo, suponen una tabla de salvación para pequeñas, medianas y grandes empresas que pueden mantener sus actividades gracias a las adquisiciones realizadas por las familias que reciben las remesas, un impacto que se ve indudablemente acrecentado en el actual contexto de desaceleración económica y severa contracción del gasto público.
Con todo lo que tienen de benéficas para quienes las reciben de manera directa o indi-recta, las remesas obligan a reflexionar sobre la fragilidad de una economía que se sostiene gracias a la buena voluntad –y al durísimo trabajo– de ciudadanos que fueron expulsados de su propia tierra por la carencia de oportunidades de trabajo o por el riesgo de ser víctimas del crimen. Esta reflexión se vuelve además urgente si se considera el repetido pronóstico de que en el futuro cercano habrán deexperimentar una gradual caída a resultas de la hostilidad del gobierno federal estadunidense contra su presencia en ese país, con efectos que serán a todas luces dramáticos de este lado de la frontera si antes no se toman las medidas pertinentes para reducir una dependencia que no por extendida en el tiempo debiera verse como inevitable.
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