Eugenio Amézquita Velasco
Anónimo es un concepto que procede de la lengua griega y que puede traducirse como “sin nombre”. Este adjetivo puede aplicarse a aquella obra que no lleva el nombre de su creador o autor. En periodismo, usar el anonimato para publicar puede llevar básicamente dos connotaciones. La primera, proteger la seguridad de un informante que puede ser amenazado por decir la verdad, la cual puede ser una verdad que pisa o afecta negros intereses dañinos al bien común. La otra es la impunidad para ofender, ultrajar y ya no digamos difamar, sino calumniar; es decir, mentir para lograr desinformar, desorientar, denigrar, crear caos. Una actitud de insidia.
En este artículo, es el segundo de estos casos el que nos interesa abordar. Recientemente, una estación de radio de Celaya ha "denunciado" en diferentes momentos a dos parroquias de la Diócesis de Celaya, basándose en anónimos, en decires de supuestas personas en temas que afectan el trabajo de las mismas.
No se trata aquí de denuncias de pederastia, abuso de menores o ese tipo de situaciones en las cuales la autoridad civil y la autoridad eclesiástica actúan con claridad y sanciones desde sus respectivos entornos, actitudes de malos ministros de cultos, malos maestros o malos familiares que dañan a sus fieles, alumnos o familiares y que son dignas de la total reprobación.
Aquí se trata de cosas que en verdad parecen más chismes de vecindad que noticias de interés público. Lo lamentable del caso es que en ambos casos los mismos radiodifusores reconocen que se tratan de anónimos sin tomarse la molestia de proseguir la investigación para cerciorarse si es verdad o mentira lo que un anónimo pueda argumentar.
Este tipo de "artificios informativos" por lo regular se emplean para ganar una audiencia que por lo regular ya no tienen porque su medio se les está muriendo en las manos. Eso, sí tras el daño causado por la calumnia radiofónica se aplica el viejo adagio: "Palo dado, ni Dios lo quita".
Hablo especificamente de las parroquias de San Judas Tadeo, en la colonia Los Naranjos y la Parroquia La Santa Cruz, de Juventino Rosas. Ambos casos fueron investigados por Metro News y en ambos casos se pudieron comprobar las falsedades manejadas por esta estación de radio, basadas en anónimos o en nombres que posiblemente son ficticios.
En el primero, se alegaba de supuestos permisos dados por el párroco para colocar puestos ambulantes, hecho que sólo es competencia de la autoridad municipal a través de Fiscalización. En el segundo, de que la parroquia estaba cobrando o pidiendo cooperaciones a los gremios. En este segundo caso, Metro News acudió al lugar y también resultó falso el hecho.
La pregunta aquí es ¿Cuál es el interés de estar calumniando o dando entrada a anónimos para atacar a dos parroquias o a cualquier otra persona? Si la actitud es por anticlericalismo, pues ya no deben de extrañar las razones. Claro, dicho anticlericalismo desaparece cuando los atacados pasan a ser parte de la cartera de clientes de la misma estación.
Pero la experiencia también muestra que darle entrada a informaciones falsas, es decir, "fake news" en este y cualquier medio de comunicación que se presuma de "serio", es simplemente que el director y su equipo no tienen calidad moral o son gente inexperta que no conoce del oficio ni la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, de las leyes en materia de Prensa o que quien les dio clases de periodismo en la universidad jamás pasó por un periódico y que a la vez denigran una profesión tan digna, tan peligrosa y tan sacrificada como la de ser periodista. Es decir, no son periodistas, sólo gente irresponsable. Darle un micrófono, o un espacio a este tipo de personajes en un medio de comunicación es algo semejante como darle una pistola a un borracho.
Los periodistas anónimos
La Universidad de Valencia publicó un artículo procedente del periódico La Opinión de Málaga, del 28 de abril de 2006 titulado "Periodistas anónimos", que clarifica casos como los citados en este editorial: la actitud cobarde para ultrajar a las personas. (https://www.uv.es/jserna/Levanteperiodistasanonimos.htm) y les comparto lo que dice dicho artículo.
Periodistas anónimos
Justo Serna
Levante-Emv, 28 de abril de 2006
La Opinión de Málaga
El periódico Los Angeles Times ha suspendido uno de sus blogs más populares, el del periodista Michael Hiltzik, premio Pulitzer. Llegó a utilizar pseudónimos para ocultar su identidad. De esa manera, parapetado tras apodos y alias, Hiltzik simulaba distintas personalidades para vituperar a sus adversarios.
«Se trata de una violación de la ética del periódico, que requiere que sus periodistas se identifiquen ante el público», aseguran los responsables del diario. Ese asunto, el de emboscarse tras el anonimato, es grave, como ustedes comprenderán. Pero no tanto por el encubrimiento de la identidad, cuanto por las malas artes del reportero.
El periodismo tiene mucho de tarea colectiva y anónima, sin firma. Eso, por ejemplo, ya lo supo ver Karl Marx tiempo atrás. «El anonimato forma parte de la esencia de la prensa periódica», decía en 1843, «por ser lo que convierte a un periódico, de lugar de reunión de muchas opiniones individuales, en órgano de un espíritu. El nombre separaría tan firmemente a un artículo del otro como el cuerpo separa a las personas unas de otras, anularía, por tanto, su destino de ser un todo complementario». Aunque el futuro no confirmó enteramente el diagnóstico de Marx, lo cierto es que en un diario hay siempre algo de expresión colectiva.
Ahora bien, lo que el caso de Los Angeles Times revela es otra cosa. Es valerse del camuflaje para ultrajar haciéndolo, además, en un espacio electrónico personal: el blog. Frente al dietario íntimo, escribir una bitácora es exteriorizarse. Al actualizarla, el autor se muestra poniéndose al servicio de los lectores. Frente al diario en papel, los usuarios de las bitácoras periodísticas pueden establecer entre sí una especie de conversación. Los visitantes dejan sus propios comentarios, palabras volanderas que tienen que ver con lo que el responsable del blog ha puesto o con lo que el asunto tratado le provoca. Así, los comentaristas que opinan sobre las ideas del blogger pueden escribir sin identificarse, amparados en un nick. ¿Cuál es el resultado? Al adoptar alias, las palabras corren anónimamente y eso permite una gran libertad de opinión. Pero las palabras emboscadas facilitan también la irresponsabilidad.
Como en los viejos pasquines de aquella novela de Gabriel García Márquez, "La mala hora", el anonimato puede ser una forma de violencia y de intimidación. Todas las mañanas, las paredes del pueblo aparecían empapeladas con carteles sin firma en los que se revelaban detalles escabrosos de sus habitantes. Un día, a primera hora, justo cuando el padre Ángel se disponía a oficiar la misa, se oyó un disparo. ¿Qué había pasado? Un comerciante había sido informado con un pasquín pegado a la entrada de su domicilio de la infidelidad de su esposa. Su respuesta fue inmediata: matar al supuesto amante de ésta. Ese papel era uno más de la plaga de pasquines anónimos que se clavaban en las puertas de las casas de aquel pueblo. No eran exactamente panfletos políticos: eran cotilleos infamantes o atribuciones infundadas o denuncias ignominiosas sobre la vida de los ciudadanos.
Cuando no hay razones justificadas de temor a represalias (en un régimen dictatorial, por ejemplo), el uso del anonimato para ofender es una forma de cobardía, pues ese camuflaje nos libera de la responsabilidad. En Internet, los nicks también permiten a los internautas más insolentes el escarnio en un intercambio verbal que es a ciegas, una presunta conversación en la que de momento salimos físicamente indemnes. Entre algunos, eso parece ser licencia para difundir embustes o noticias falsas de ciertas personas creando un rumor violento, un ruido que atenta contra la verdad. No vale pensar que todo tiene su posible respuesta. Una vez propaladas dichas especies, el efecto se consuma. Es así cómo los más agresivos podrán emitir expresiones injuriosas sin grave riesgo, sin padecer reprobación.
En Internet no hay compromisos que duren y los nicks multiplican las máscaras hasta hacer de la identidad algo múltiple, fluido, eventual: máscaras de un mismo individuo, por ejemplo, que conversan entre sí y que se interpelan creando la ficción de un diálogo. Eso es lo que hemos visto en ciertos blogs de periodistas enrabietados. En España tenemos casos muy sonados de bitácoras multitudinarias que están pobladas por nicks tras los que presumimos a algún reportero conocido y bilioso que se desdobla. En España, pues, también disponemos de nuestros Michaels Hiltzik, periodistas iracundos que tienen a su servicio a una corte de insultadores coléricos. No, definitivamente no es un logro democrático camuflarse para vituperar.