Redacción
El destino de Abel, asesinado por su propio hermano, se repite en Wenceslao. Pero el crimen perpetrado en el año 929 es aún más atroz, más inhumano, por la instigadora del asesinato, Drahomira, la madre del asesinado.
Desde hacía tiempo la voz de la sangre había sido ahogada por el odio profundo que la madre sentía contra su hijo, educado con esmero en la religión cristiana y completamente diferente a ella, a pesar de que ella también había sido bautizada. La infame mujer no había podido evitar que su esposo, el duque Bratislao de Bohemia, confiara la educación del niño Wenceslao a su piadosa abuela, Ludmila, pues conocía muy bien el carácter sombrío de su esposa.
Por esta razón, ella, mujer enfermiza y vanidosa, herida en su orgullo, se reservó personalmente la educación de su segundo hijo, Boleslao, quien, a la postre, llegó a ser un perfecto trasunto de su madre. Cuando murió el padre, los dos niños todavía eran muy pequeños para sucederle en el trono. En su lugar Drahomira tomó la regencia. Empezaron tiempos difíciles para el cristianismo en Bohemia.
Cuando Drahomira ya había ocasionado muchas perturbaciones, Wenceslao se le enfrentó, tomó las riendas del gobierno de una parte del país y asignó a su hermano la otra parte. Drahomira se retiró a la corte pagana de Boleslao, donde se sentía más a gusto. Wenceslao creyó que su madre había sepultado su rencor. Siendo él honrado y veraz, no sospechaba las malas intenciones de ella, y se inclinaba por disculpar sus atrocidades anteriores debidas a sus falsas ideas religiosas.
Diariamente le pedía a Dios que le iluminara el entendimiento, y procuraba reparar el daño causado por Drahomira con las crueldades de su gobierno. En la frecuencia de los sacramentos también recibió la gracia y fortaleza para cumplir con sus obligaciones de duque. La Iglesia volvió a vivir en paz. Los pobres, las viudas y los huérfanos, cuyas miserias mitigó, rogaban para que Dios lo protegiera. Y de verdad necesitaba protección de Dios, puesto que Drahomira no podía olvidar que él le había destronado. Se sentía apoyada por aquellas numerosas familias poderosas, partidarias aún de los viejos dioses, que odiaban al joven duque porque éste los había eliminado de todos los puestos del gobierno y había dado los cargos a cristianos de confianza. Su secreto círculo de oposición animó a Drahomira al crimen.
Asesinos a sueldo estrangularon con su propio velo a Ludmila, la abuela y consejera venerada del duque, en la capilla del castillo de Tetín, en septiembre de 921. Poco después, Drahomira logró atraer a Wenceslao a Altbunzlau, el castillo de su hermano, para festejar el nacimiento del hijo de éste. Sin la mínima sospecha, Wenceslao cayó en la trampa.
Cuando a la hora acostumbrada se dirigía a la iglesia para el Santo Sacrificio, fue atravesado por la lanza de su hermano. Expiró el 28 de septiembre de 929.
Inmediatamente el pueblo lo proclamó mártir y su sepultura fue un centro de peregrinaciones. Tres años después cuando se comenzó a hablar de los milagros que se realizaban en la tumba de Wenceslao, su hermano trasladó los restos a la catedral de San Vito en Praga, que él había fundado y dónde aún descansan.
Wenceslao es el apóstol de la unidad: unidad entre los familiares, unidad en la patria y unidad en su pueblo con los vecinos. Vale para él la gran bienaventuranza: “Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios”. “Los hombres que viven en condiciones de libertad y bienestar no pueden apartar los ojos de esta cruz y pasar en silencio ante el testimonio de aquellos que pertenecen a la que se suele llamar “Iglesia del silencio”. La Iglesia forzada al silencio, en las condiciones de una “ateización” obligatoria, crece interiormente desde la cruz de Cristo y, con su silencio, proclama la verdad más grande. La verdad, que Dios mismo ha inscrito en los fundamentos de nuestra redención”.
Juan Pablo II, Alocución, 30 de marzo de 1980.