Redacción
En vano el hombre ha pretendido medir los caminos del Señor. Dice el autor del sagrado libro de la Sabiduría: " ¿Qué hombre podrá conocer el consejo de Dios y quién podrá atinar con lo que quiere el Señor?" (Sab 9, 17).
La vida de Santa Rosa de Lima, primera mujer canonizada del Muevo Mundo, es una buena prueba de ello.
Nació nuestra santa en Lima, capital del Perú, de padres de origen español, modestos de condición. Su verdadero nombre era Isabel. Cambió su nombre por el de Rosa al recibir el sacramento de la Confirmación.
Desde su más tierna edad, cuando empiezan a despuntar los atractivos femeninos, Rosa experimentaba una atracción cada día mas desbordante hacia la santidad, la virginidad, la devoción, el amor al retiro, un extraordinario espíritu de penitencia. Es decir, sentía una resolución de seguir, como dice el Evangelio, el camino estrecho y desusado del sacrificio de sí misma para encontrar a Dios. Esta ansia de seguir un camino diferente le atrajo toda clase de insultos, burlas y humillaciones por parte de su familia, en especial de sus padres, quienes veían con verdadero terror el derrotero de su hija.
Nadie crea, sin embargo, que sus anhelos de santidad eran falsos y artificiales. Rosa les manifestaba a sus padres la más extraordinaria de sus ternuras: la del sacrificio por su bienestar.
El día en que su padre fracasó en el negocio de una mina, con el consiguiente desajuste económico, Rosa se transformó en la más sufrida de sus hijas, ayudándolo a sostener económicamente el hogar, trabajando diariamente en la huerta y cosiendo hasta altas horas de la noche.
Podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que Santa Rosa sacrificó por el bien de sus padres y hermanos hasta los ideales ascéticos de su alma, que la orientaban a recluirse en algún convento.
Esta fue la razón por la que los padres y familiares de la santa jamás la pudieron comprender. La incomprensión se transformó en guerra despiadada cuando Rosa llegó a sus años juveniles. A toda costa, para salvarla -como ellos decían-, pretendieron obligarla a contraer matrimonio. Fueron diez largos años de lucha. Ni las súplicas ni los insultos, ni los golpes, ni los desprecios lograron vencerla.
Desalentados por tanta constancia, los padres de Rosa le permitieron ingresar en la Tercera Orden de Santo Domingo y vivir prácticamente recluida en una cabaña construida en la huerta de su casa.
Desde entonces, Santa Rosa de Lima, se entregó a todas las manifestaciones de su muy peculiar vida ascética: penosísimas mortificaciones de su maltrecho organismo, alternadas con ejercicios de oración y meditación hasta el éxtasis y el agotamiento corporal. Todo esto, unido a las pruebas de rechazo y desprecio de parte de los miembros de su familia, nos hace apreciar la calidad y el grado de su amor hacia Dios y hacia sus semejantes.
Ya para entonces, la fama de santidad de Rosa había traspasado los umbrales de su casa y de su ciudad. Nobles y plebeyos, sacerdotes y hombres de negocios, se acercaban con respeto o con curiosidad a su morada. Entre ellos sobresalía la familia de don Gonzalo de Massa, funcionario del gobierno. Su esposa, conociendo a fondo la vida de Rosa, le tenía enorme cariño. Anhelaba tenerla en su propio hogar. Finalmente logró su propósito. Ahí vivió los últimos tres años de su vida.
Con tantos sufrimientos Dios la había preparado para el último combate. Una modestísima y larga enfermedad la purificó más en este mundo. A menudo se le oía decir:
Señor, auméntame los sufrimientos, pero auméntame, en la misma medida, tu amor".
Santa Rosa de Lima murió el 24 de agosto de 1617, apenas a los 31 años de edad. El Papa Clemente X la canonizó en 1617. Fue la primera santa americana canonizada.
El código evangélico de las bienaventuranzas.
“Queridos amigos: El programa evangélico de las bienaventuranzas es trascendental para la vida del cristiano y para la trayectoria de todos los hombres. Para los jóvenes es sencillamente un programa fascinante. Bien se puede decir que quien ha comprendido y se propone practicar las ocho bienaventuranzas propuesta por Jesús, ha comprendido y puede hacer realidad todo el Evangelio.
Ciertamente el ideal que el Señor propone en las bienaventuranzas es elevado y exigente. Pero por eso mismo resulta un programa de vida hecho a la medida de los jóvenes, ya que la característica fundamental de la juventud e la generosidad, la apertura a lo sublime y lo arduo, el compromiso concreto y decidido en cosas que valgan la pena, humana y sobrenaturalmente. La juventud está siempre en actitud de búsqueda, en marcha hacia las cumbres, hacia los ideales nobles, tratando de encontrar respuestas a los interrogantes que continuamente plantea la existencia humana y la vida espiritual. Pues bien, ¿hay acaso ideal más alto que el que nos propone Jesucristo?”
Juan Pablo II, Discurso a los jóvenes en Lima, Perú, 2 de febrero de 1985.