San Marcos, evangelista - 25 de abril
Redacción
Es el autor del segundo Evangelio. Algunos autores lo identifican como el joven que huyó “desnudo” cuando, en el Huerto de los Olivos, los apóstoles abandonaron al Maestro (Mc 14, 51). Vemos su nombre mencionado en la Sagrada escritura en distintas ocasiones. En los Hechos de los Apóstoles leemos que, en la casa de María, madre de “Juan, llamado Marcos”, se reunía el Colegio Apostólico, y allí encontró San Pedro un refugio después de su milagrosa liberación (cfr. Hech 12, 25). Pedro, al escribir desde Roma (I Pe 5, 13), lo llama “mi hijo Marcos”.
La tradición nos asegura que Marcos estuvo al lado de San Pedro, en Roma, como intérprete y redactor de la “Buena Nueva”, primeramente la catequesis oral y después en la composición, guiado por el Espíritu Santo, de aquel admirable texto que es el Evangelio más condensado de la vida, los milagros y la muerte de Jesús. “Mirad que subimos a Jerusalén, y el Hijo del hombre será entregado a los príncipes de los sacerdotes y a los escribas, que lo condenarán a muerte y lo entregarán a los paganos, y se burlarán de él, lo escupirán, le azotarán y lo matarán; pero a los tres días resucitará” (Mc 10, 33-34). Este es el núcleo de la segunda parte del Evangelio de San Marcos.
El texto, escrito para los convertidos del mundo pagano del Imperio romano, evita discursos y parábolas y se limita a demostrar a los occidentales lo que dice el mismo inicio: “Comienzo del Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios…” Esta confesión del primer Papa, en Cesarea de Filipo, es el centro del cual hablan todos los hechos y milagros que Marcos refiere.
El león es el símbolo de San Marcos. Tanto este símbolo como el de los otros tres evangelistas (cfr. Ap 4, 7-8) son muy antiguos. De ellos hablan San Jerónimo y San Agustín, explicando que San Marcos, en su primer capítulo habla de Juan el Bautista en el desierto y el león es el rey del desierto (Mc 1, 3).
Las relaciones entre Marcos y San Pablo aparecen, en un principio, llenas de tensión.
En los Hechos de los Apóstoles (cap. 13), leemos que Pablo y Bernabé llevaron desde Antioquia una ayuda fraternal a la parroquia de Jerusalén, la cual había compartido sus bienes de tal manera que después necesitó el apoyo de las otras iglesias.
Desde Jerusalén llevaron consigo, como compañero de evangelización, a Marcos, quien les ayudó en el primer viaje misionero por Chipre; pero, por algún motivo de cansancio físico o disgusto humano, no quiso seguir a Perge de Panfilia (Hech 13, 13).
Bernabé, un levita chipriota, pariente de Marcos (Col 4, 10), quiso llevarlo consigo en el segundo viaje de San Pablo por Cilicia y Asia Menor. Pero ahora San Pablo se opuso rotundamente. Bernabé y Marcos se separaron de Pablo y evangelizaron por su propia cuenta en Chipre.
Por los relatos de los Apóstoles sabemos que, finalmente, Pablo y Marcos se reconciliaron. Cuando San Pablo estuvo en su primer cautiverio, en Roma, escribía en su carta a los colosenses: “Os saludo Aristarco, mi compañero de cautiverio y Marcos, primo de Bernabé, acerca del cual recibisteis ya instrucciones. Si va a vosotros, dadle buena acogida”. (Col 4, 10).
Durante su segunda prisión, poco antes de su martirio, el apóstol Pablo pone bajo los cuidados de Timoteo al evangelista Marcos, como cooperador de confianza (cfr. II Tim 4, 11).
La tradición dice que Marcos evangelizó como obispo de Alejandría y murió allá como mártir. En Venecia se veneran, en la preciosa catedral de su nombre, los restos mortales del evangelista, cuyo traslado de Alejandría se remonta al siglo IX.
“El tedio que provocan hoy tantos discursos vacíos y la actualidad de muchas otras formas de comunicación, no deben, sin embargo, disminuir el valor permanente de la palabra, ni hacer perder la confianza en ella. La palabra permanece siempre actual, sobre todo cuando va acompañada del poder de Dios”.