Redacción
Pierina nació como primogénita de los 7 hijos del señor Rocco Morosini y de su esposa Sara Noris el 7 de enero de 1931 en Fobbio, cerca de Bérgamo (Italia del Norte). Como era entonces costumbre, fue bautizada al día siguiente y confirmada en 1937, tiempo todavía de los ataques del fascismo italiano contra la Iglesia. Al año siguiente hizo su Primera Comunión.
Sus padres le enseñaron a ella y a los demás hermanos tres cualidades indispensables para la formación de verdaderos jóvenes cristianos: el amor a la oración regular y diaria, la necesidad de formación en la fe y la participación activa en la vida parroquial.
Pierina tenía un carácter alegre y magnánimo. Gustaba de ayudar a su mamá espontáneamente en la cocina, en la casa y ante todo en el cuidado de los hermanitos. Después de la primaria aprendió corte y costura, con el fin de ayudar a sus padres en la economía de la casa.
A los 15 años fue admitida como obrera en la fábrica de algodón Honnegger en el cercano pueblo de Albino. El camino de unos 6 kilómetros de distancia, es decir, 12 de ida y vuelta, lo recorrió ella cada día a pie durante cualquier época del año. Nunca empezaba su camino en la madrugada sin haber asistido a la Santa Misa en la Iglesia parroquial.
El trabajo era para ella no sólo un medio de conseguir ayuda económica, sino, según el testimonio de sus amigas y colegas, quiso unir su labor cotidiana con lo que Cristo hizo como obrero en el taller de Nazaret, poniendo entonces en práctica la doctrina sobre el valor santificador del trabajo que más tarde formularía el Concilio Vaticano II.
A los 19 años tuvo la alegría de participar en una peregrinación de la Acción Católica Femenina para asistir a la canonización de la joven mártir María Goretti, lo cual fue para ella una experiencia inolvidable y decisiva.
¿Cuál es el secreto de la santidad de Pierina en el mundo obrero, siempre difícil para una vida de entrega total a Cristo?
En primer lugar podemos mencionar de nuevo su fiel participación a la Santa Misa con la Comunión diaria. De los testimonios recogidos se llegó a saber que en el camino al trabajo utilizó el tiempo para hacer la acción de gracias, mientras volviendo del trabajo aprovechaba el camino para el rezo del Rosario.
Nunca aceptaba invitaciones de muchachas para diversiones de poco valor y charlas inútiles. Pierina quería también regalar su tiempo libre al Señor, ayudando en la Acción Católica, en el grupo promotor del Seminario de Bérgamo y en la Tercera Orden franciscana. Es cierto que a los 17 años pensó en consagrar su vida a una congregación misionera para propagar el Evangelio en tierra pagana, pero reconociendo que las circunstancias actuales no le permitían el cumplimiento de este deseo, hizo en forma privada el voto de castidad perfecta y más tarde también el de pobreza y de obediencia.
De su personalidad irradiaba una especial belleza de alma y cuerpo, a tal grado, que representaba una viva expresión del cristiano transformado por el poder de Cristo en luz del mundo y sal de la tierra. Durante el proceso de beatificación se comprobó que varias veces ella había hecho en una u otra forma la declaración:
Si Dios lo permite, acepto la misma muerte que mi compatriota Santa María Goretti”.
Dios la escuchó
El 4 de abril de 1957, había como de costumbre participado en la madrugada en la Santa Misa y comulgado. Cuando en la tarde regresaba de la fábrica atravesando un pequeño bosque se le acercó un hombre con la intención de abusar de ella.
Pierina rechazó la maldad apelando primeramente con palabras a la honradez del individuo y el respeto que debía de tener a cada mujer. Pero éste –ya obsesionado por el diablo—la atacó con furor, y no alcanzando sus fines perversos por la valiente defensa de la joven la golpeó en la cara, en la cabeza y en la nuca. Cayendo Pierina a tierra, el hombre enloquecido maltrató su cuerpo inerme con los pies. Antes de perder la conciencia –así lo confesó después el asesino en la corte—Pierina pronunció todavía palabras de perdón.
Buscando los parientes a la joven en la noche, la encontraron en el camino en un estado deplorable. Ya no había salvación para el cuerpo. El 6 de abril murió en el Hospital Civil de Bérgamo.
El pueblo católico no tardó en venerarla de inmediato. Especialmente entre la juventud femenina, su vida y su martirio hicieron un gran impacto. En 1980 empezó el proceso de beatificación. En 1981 su cuerpo fue trasladado del cementerio a la iglesia parroquial de Fobbio. El 4 de octubre fue beatificada junto con el joven obrero mártir francés Marcel Callo y con la joven Antonia Mesina, que a los 16 años murió también como mártir de la castidad en la isla de Cerdeña.
Cada bautizado es un templo vivo de Dios.
“Es particularmente importante que todos los cristianos sean conscientes de la extraordinaria dignidad que les ha sido otorgada mediante el santo Bautismo. Por gracia estamos llamados a ser hijos amados del Padre, miembros incorporados a Jesucristo y a su Iglesia, templos vivos y santos del Espíritu”.
C. L., n. 64.