Santa Escolástica - 10 de febrero
Redacción
En la vocación apostólica de los hermanos Santiago y Juan, la Iglesia ha visto una muestra de la providencia divina que llama frecuentemente a los miembros de una misma familia al servicio de Dios.
Los gemelos Benito y Escolástica, nacidos en la pequeña ciudad de Nursia, son un ejemplo típico de estos llamamientos.
El nombre de Escolástica significa “la que quiere aprender”, y fue muy apropiado para la joven, quien, junto con su hermano, aprendió los misterios de la vida de Cristo en un mundo donde el paganismo estaba derrumbándose.
Mientras Benito tuvo que superar muchas pruebas físicas y espirituales hasta encontrar la paz de Cristo, Escolástica optó, con facilidad, por el amor a Cristo en el estado virginal. Podemos considerarla como un prototipo europeo del coro de vírgenes prudentes, que encontraron su especial vocación en la espiritualidad benedictina.
No sabemos muchos detalles de su vida. Es probable que haya dirigido la primera comunidad de jovencitas que querían alabar a Dios por medio del culto litúrgico y sostenerse económicamente con el beneficio de sus trabajos manuales, siguiendo así el ejemplo de la Sagrada Familia de Nazaret, que nos enseña la dignidad del trabajo manual, a diferencia de otras comunidades que más bien incorporaron la mendicidad a su modo de vivir.
Además, la comunidad de Santa Escolástica ayudó a numerosas familias pobres explotadas por algunos señores feudales de aquellas regiones italianas.
En Plombariola, a 8 kms. de Montecassino, se levantó probablemente el primer convento femenino cuya estricta regla prohibía absolutamente la entrada a cualquier huésped masculino.
Según los datos más bien legendarios del Papa San Gregorio Magno, los hermanos Escolástica y Benito se entrevistaban una vez por año en una cabaña situada a medio camino de ambos conventos. Su última entrevista se realizó en el año 542. Escolástica, con el presentimiento de su cercana muerte, rogó a su hermano prolongar la plática más tiempo de lo anteriormente acostumbrado. Benito no accedía, pero una furiosa tempestad lo obligó a permanecer, y comprendió así que Dios lo dispensaba de regresar al convento a la hora determinada.
Tres días después de la entrevista, Benito vio subir al cielo una paloma blanca. Comprendió que Dios había recogido el alma de su hermana, quien, a la edad de 60 años, iba al encuentro nupcial reservado a las vírgenes prudentes.
Esta sencilla leyenda de San Gregorio contiene una profunda enseñanza aun en la vida monástica, el rigor de las reglas, representadas por el hombre, debe ser completado y superado por el carisma que viene de Dios.
Aunque el convento benedictino de Subiaco lleva hoy el nombre de Santa Escolástica, los restos mortales de la santa fueron colocados al lado de los de su hermano, en Montecassino.