San Juan Damasceno, doctor de la Iglesia - 4 de diciembre
Redacción
En el siglo VIII surgió en la Iglesia de Oriente una enconada disputa debido al culto de las imágenes sagradas en los templos. En esa controversia quedó demostrado el influjo fatal de lo que se ha llamado “césaro-papismo”, o sea la influencia del césar o el emperador sobre la Iglesia, como si tuviera las prerrogativas del Papa.
El emperador León III fue un dictador militar sin formación cultural ni teológica. El año 726 ordenó, desde Constantinopla, que se destruyeran todas las imágenes religiosas en su imperio. Tal vez con esta orden el emperador quiso congraciarse con sus vecinos, los musulmanes, quienes después de la destrucción de muchas poblaciones cristianas y de la ocupación de Tierra Santa, eran ya vecinos del imperio de Oriente. Como es sabido, el islamismo prohíbe el culto a las imágenes religiosas, debido a que no hace distinción entre los conceptos teológicos de adoración y veneración.
San Juan, cuyo padre era ministro de finanzas del califato de Damasco, había aprendido bien el árabe y la mentalidad del mundo islámico, y se convirtió en el gran defensor de la devoción cristiana a las imágenes, enfatizando su valor devocional y pedagógico para la gente sencilla y de poca cultura religiosa. Pero hacia el año 700 tuvo que abandonar Damasco, debido a las dificultades políticas que surgieron entre el emperador y el califa.
A los 50 años de edad Juan se hizo fraile en el convento de Mar-Sabá, cerca de Jerusalén. Allí se dedicó de lleno a sus escritos teológicos para defender la verdadera cristología de los concilios ecuménicos contra la herejía del monofisismo, es decir, contra el error teológico que disminuye y hasta destruye el papel de la humanidad verdadera de Cristo.
En su lucha contra el emperador, Juan Damasceno fue secundado por el patriarca de Constantinopla, Germán, quien declaró lo siguiente: “La Iglesia siempre ha rechazado la adoración de las imágenes; pero si el Hijo de Dios se hizo hombre para redimirnos, ¿por qué no podemos representar su verdadera naturaleza humana por medio de imágenes? ¿Por qué no podemos hacer una imagen de la Virgen María, que es la verdadera Madre de Cristo? ¿Por qué no podemos hacer también imágenes de los apóstoles y de los mártires, como ayuda para nuestra fidelidad en la fe a ejemplo de ellos?”
El Papa Gregorio II, apoyando al patriarca, escribió dos cartas al emperador, afirmando que el asunto de las imágenes religiosas no concernía al soberano, sino al patriarca y a los obispos.
En esta lucha, el representante más importante de la Iglesia griega ortodoxa fue San Juan Damasceno. Debido a la influencia del emperador sobre el Papa, tanto el patriarca Germán como San Juan Damasceno fueron condenados el año 750.
Treinta y tres años después, en el VII Concilio de Nicea, los dos héroes de Cristo y de la Iglesia católica fueron rehabilitados y la veneración de las imágenes fue solemnemente aprobada. Para los griegos y esclavos, San Juan Damasceno fue inmediatamente nombrado doctor de la Iglesia. Siglos después la Iglesia romana, por decreto del Papa León XIII, lo elevó a la misma dignidad.
“Tú Señor, me sacaste de la sangre de mi padre; tú me formaste en el seno de mi madre; tú me hiciste salir a la luz, desnudo como a todos los niños, ya que las leyes naturales que rigen nuestra vida obedecen constantemente a tu voluntad. Tú, por la bendición del Espíritu Santo, preparaste mi creación y mi existencia, no por la voluntad del hombre ni por el deseo carnal, sino por tu gracia inefable. Preparaste mi nacimiento con una preparación que supera las leyes naturales, me sacaste a la luz adoptándome como hijo y me alistaste entre los discípulos de tu Iglesia santa e inmaculada”.
San Juan Damasceno, Declaración de la Fe, cap. 1, PG 95, 417-419.