Redacción
El recuerdo de los mártires se diversifica en varias leyendas, de suerte que la histografía se enfrenta al problema de reconocer o de negar sencillamente la vida de estos gemelos famosos.
A principios del siglo VI, el Papa Félix III les dedicó una antigua basílica en el foro Romano, construida sobre las ruinas de dos templos antiguos. Desde entonces persiste su veneración. La devoción popular adornó el destino de los dos hermanos con especial cariño y veneración, afirmando que su patria había sido Arabia, donde aprendieron el arte de la medicina, que ejercieron tan felizmente que lograban liberar a los hombres y hasta a los animales de muchas enfermedades. No aceptaban dinero por sus servicios, pues lo que habían recibido de Dios también debía pertenecer a Dios y a sus criaturas.
Su interrogatorio ante el perfecto Lisias y su condena a castigos cada vez más severos, no se diferencia en nada del curso ordinario de las sesiones de los tribunales, pero ya en las primeras palabras ante el juez resalta la frase imborrable:
No codiciamos bienes terrenales porque somos cristianos”
¿Podría expresarse en forma más bella y atinada el perfecto desprendimiento cristiano? En pocas palabras vibra el espíritu del cristianismo y perdura el heroísmo ante la gran persecución.
Cosme y Damián son los únicos santos de la Iglesia oriental que fueron aceptados en el canon de la Santa Misa. Desde tiempos remotos, los médicos y boticarios los eligieron como patronos especiales de su profesión.
“La pobreza evangélica se lleva a la práctica también con la comunicación y la participación de los bienes materiales y espirituales; no por imposición sino por el amor, para que la abundancia de unos remedie la necesidad de otros.” D.P., n. 1150.
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