Redacción
Por consideración, San Lucas, San Juan y San Marcos evitan mencionar el origen y la profesión de San Mateo, pues, según la primitiva tradición cristiana, Mateo no era otro sino el publicano Leví de Cafarnaúm.
Sin embargo, Mateo, humilde y agradecido con el Maestro, que no lo había menospreciado, se describió a sí mismo con la palabra vergonzante de “publicano”, pues quería que la bondad y misericordia del Hijo del hombre quedaran visibles para todos.
Cuando el Rabí de Nazaret se detuvo junto a él, en Cafarnaúm, lo miró y no le dijo más que “¡Ven!”, en lo más recóndito de su alma quedó tan conmovido, que, sin preguntar y sin pensar en el futuro, abandonó su puesto para siempre.
Hasta entonces había sido cobrador de impuestos, un cómplice de los romanos; un hombre ante el cual los judíos escupían con ira impotente y al que consideraban como pecador público. Expulsado por su propio pueblo, no tenía más que la riqueza de su bien remunerado oficio, pero lo abandonó al ver cómo Jesús, respetando su dignidad humana, lo protegía abiertamente contra el odio de los fariseos y lo llamaba a formar parte de sus discípulos.
Lo único que nos cuenta la Sagrada Escritura es que el cobrador de impuestos, antes rico, se unió a los pescadores Andrés y Pedro, Santiago y Juan y, junto con ellos, soportó las carencias de la vida apostólica, las asechanzas de las escuelas legalistas de su patria, para pertenecer a los seguidores del nuevo Reino y anunciar el mensaje de salvación a los hombres.
Desde hace dos mil años, mediante su versión del evangelio, San Mateo nos da un importante testimonio de Cristo Jesús, su Maestro y Salvador. El escritor de dicho evangelio no sólo debió de ser un observador sagaz, cualidad propia de un publicano, sino también un ser humano de carácter profundo, que sabía describir lo que había visto con una originalidad conmovedora y llena de vida. En cada escena capta lo esencial en forma clara y segura, pero también es testimonio de fiel entrega y de cariño, pues sólo quien logra sacrificarse para pertenecer en cuerpo y alma al Hijo de Dios lo puede describir como lo hizo San Mateo.
Al antiguo publicano le debemos la primera relación de la vida y pasión de Jesucristo. La escribió en la lengua aramea de su patria, para que toda persona inculta, tanto el artesano de la aldea como el cargador y el pastor del monte, pudiera escuchar y entender el Evangelio de la salvación. Así, valientemente, dio testimonio a favor del Crucificado; así le agradeció al Maestro la gracia incomparable de haberlo llamado; así ayudó a su pueblo a convertirse y a glorificar a Cristo, rechazado por las autoridades religiosas.
El símbolo artístico del Apóstol Mateo, como el de los demás evangelistas, se lo debemos a San Jerónimo y a San Agustín. A San Mateo corresponde un ser humano, porque éste empieza su Evangelio con la genealogía humana de Jesucristo. El león fue asignado a San Marcos, ya que su Evangelio empieza con la vida de Jesús en el desierto. A San Lucas le corresponde la imagen típica del toro, porque su Evangelio empieza con el sacrificio del sacerdocio antiguo en Jerusalén. A San Juan, en fin, se le representa por el águila, porque su Evangelio se remonta como águila y penetra desde las primeras líneas en la generación eterna del Verbo.
Los restos de San Mateo, según la tradición legendaria, se veneran en la catedral de Salerno.
No abandonas a tu rebaño, sino que lo sigues por medio de los santos Apóstoles, para conducirlo siempre, guiado por los mismos pastores que le pusiste al frente como vicarios de tu Hijo”.Prefacio de los Apóstoles I.
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