Redacción
La fiesta de hoy originalmente recordaba la consagración de la basílica de san Juan Bautista en Sebaste (Samaria), en donde fueron probablemente guardados sus restos. En el siglo IV, la basílica fue destruida por los paganos.
San Marcos nos cuenta, en el capítulo 6, los detalles de este martirio. El evangelista san Juan nos explica, en el capítulo 3, 22-30, el motivo por el que Juan el Bautista no tenía miedo de atacar en público la vida escandalosa del rey Herodes Antipas. El precursor era “amigo del novio” y, por este amor profundo, no le importaba “perder la vida”.
Herodes Antipas, tetrarca de Galilea , hijo de Herodes el Grande, el asesino de los niños de Belén se había separado de su legítima esposa y vivía en público con Herodías, la esposa de su medio hermano Filipo y, a la vez, su sobrina.
“No te es lícito vivir con la mujer de tu hermano”, le decía Juan el Bautista a Herodes en su cara. En el corazón del hombre elegido por Dios en el seno de su madre Isabel, ardía el celo por la observancia de los mandamientos.
Juan sabía que reprender a los poderosos era arriesgar la propia vida. De hecho, Herodes lo hizo encerrar en el calabozo de su castillo casi inexpugnable en Maquerone, al oriente del mar Muerto. Sin embargo, se les permitía a sus discípulos visitarlo y recibir sus consejos. Los mandó a que fueran a hacerle a Cristo la pregunta decisiva que lo inquietaba en su aparente abandono por aquel Dios a quien había consagrado su vida austera: “¿Eres tú el Mesías o debemos esperar a otro?” . Sabemos la respuesta de Cristo, que hace alusión a sus milagros mesiánicos y afirma” que los pobres son evangelizados”. Alaba a Juan el Bautista con las palabras: ”No hay entre los nacidos de una mujer, un profeta más grande que Juan. Pero el más pequeño en el Reino de Dios es mayor que él”.
En el espectáculo sangriento de la muerte del profeta inocente vemos toda la perversión del hombre caído y de la mujer sin Dios. Según la creación, la mujer está destinada al cariño y a la vida. Aquí se convierte en una bestia sanguinaria cuyos instintos feroces no conocen ningún límite. Vemos, por una parte a Juan, que había proclamado a Cristo como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo; y por otra parte la fiesta de Herodes con todas sus consecuencias: lujuria, cobardía, borrachera, injusticia y muerte, es decir, con todo el pecado del mundo.
En el prefacio de San Juan el Bautista reza la Iglesia “Juan bautizo con agua, que habría de quedar santificada, al mismo autor del bautismo, quien mereció dar el testimonio supremo de su sangre”.
Juan defendió especialmente la santidad del matrimonio. También la Iglesia de nuestros días debe continuar este testimonio y decir con claridad “No te está permitido”.
Ciertamente la Iglesia ama a los que yerran, pero odia el error . Cuando el mundo se conforma con una moral cómoda y quiere negar la validez de la ley divina, la voz, la voz profética tiene que levantarse. Ningún problema matrimonial se resuelve sin la verdad profunda que pronuncio san Juan: “Es preciso que él crezca y que yo disminuya” (Sn Jn 3, 30). Por el poder mesiánico de Cristo se logran las curaciones más difíciles, pero es necesario valorizar también sus palabras:
Bienaventurado el que no se escandaliza de mí”."Es verdad que la estabilidad y la santidad del matrimonio están amenazadas por las nuevas ideas y por las aspiraciones de muchos. El divorcio, introducido por cualquier motivo, inevitablemente cada vez resulta más fácil de conseguir, y gradualmente se acepta como un hecho normal de la vida. La posibilidad de conseguir el divorcio en el campo de la ley civil hace cada vez más difíciles, para todos los matrimonios estables y duraderos… Tened una alta estima por la maravillosa dignidad y gracia del sacramento del matrimonio. Preparaos para el mismo con celo, ahora. Creed en el poder espiritual que este sacramento de Jesucristo ofrece para reforzar la unión matrimonial y superar todas las crisis y problemas de la vida entre dos… Un verdadero amor y la gracia de Dios jamás podrán permitir que un matrimonio se convierta en relación egoísta de dos individuos que viven uno junto al otro por intereses propios de cada uno."
San Juan Pablo II. Homilía en Limerich (Irlanda), 1º de septiembre de 1979.
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