Redacción
Desde el siglo II arranca una tradición que atribuye a los nombres de Joaquín y Ana a los padres de la Santísima Virgen María. En el siglo VI, el culto a Santa Ana se introdujo en la Iglesia oriental. En el siglo X pasó a la Iglesia occidental. El culto a San Joaquín fue más reciente. Las virtudes de estos dos esposos se nos manifiestan por su fruto tal como nos dice el Señor: "Un árbol bueno no puede producir frutos malos… Por sus frutos los conoceréis" (Mt 7, 20). El fruto de estos dos santos fue superior a la ley natural, pues engrandaron para el mundo a la Inmaculada Madre de Dios y Reina de los Ángeles.
Los datos sobre la vida de San Joaquín y de Santa Ana, se nos narran en ciertos libros apócrifos. Algunos de ellos se podrían aceptar como verídicos, ya que presentan una respetable tradición. En la imposibilidad de discernir con certeza cuáles sean estos, reflexionaremos sobre hechos que nos den fe, repasando algo de lo que hacía una buena familia judía con respecto a la educación de sus hijos.
Joaquín y Ana tuvieron mucho que ver en la instrucción de María durante su niñez y su juventud. Nada era más importante para las familias judías que la enseñanza de la Torah, o los cinco primeros libros de la Biblia. La transmisión de los principios religiosos y éticos se fundaba en el mandamiento bíblico: "Ten cuidado y guárdate bien, no vayas a olvidarte de estas cosas que tus ojos han visto ni dejes que se aparten de tu corazón en todos los días de tu vida; enséñalas, por el contrario, a tus hijos y a los hijos de tus hijos" (Deut 4, 9).
En los tiempos bíblicos, los niños recibían su educación práctica y religiosa directamente de sus padres. Después, la sinagoga vino a ser no sólo casa de oración, sino casa de estudios y quizá también para los niños.
Por regla general, las niñas estaban excluidas de aquella educación especial. Su formación práctica la recibían de sus madres, aunque hubo numerosas mujeres judías que adquirieron un alto nivel de conocimientos.
El espíritu de unión de la familia estaba muy desarrollado. Su influencia en la vida pública era grande. Corona de los ancianos eran sus hijos. Al padre que engendraba un hijo insensato, se le consideraba desgraciado para toda la vida.
Las bendiciones de la familia judía, que los padres transmitían a sus hijos, se resumían en el párrafo del Deuteronomio: "Bendito serás en la ciudad y bendito en el campo. Bendito será el fruto de tus entrañas y el producto de tu suelo… Bendito cuando entres y cuando salgas… Yahvé hará de ti un pueblo consagrado a él, como te lo ha jurado, si tú guardas los mandamientos de Yahvé tu Dios y sigues sus caminos" (Dt 28, 3). Y en el Levítico: "Estableceré mi morada en medio de vosotros y no os rechazaré. Me pasearé en medio de vosotros; yo seré para vosotros un Dios y vosotros seréis para mí, un pueblo" (Lv 26, 3).
La liturgia nos habla de San Joaquín y Santa Ana con estas palabras:
Oh bienaventurados esposos, que os esforzasteis en vivir siempre de una manera agradable a Dios y digna de la que tuvo en vosotros su origen. Con vuestra conducta os hicisteis merecedores de ofrecer al mundo la joya de la virginidad, quien, de un modo admirable y excepcional fue siempre Virgen en su mente, en su alma y en su cuerpo".
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