Redacción
Fundador de los Clérigos Regulares de San Pablo.
A veces nosotros los católicos podemos tomar ejemplo de los fieles de otras religiones, que incansablemente predican, explican la Biblia y promueven la penitencia. Afortunadamente para la verdadera Iglesia de Cristo, nunca faltaron estos hombres generosos inspirados en las necesidades de la misma.
En una de las épocas más difíciles de la historia de la Iglesia, en la primera parte del siglo XVI, en tiempos de la reforma protestante, surgió en el norte de Italia un joven apóstol, modelo para nuestros tiempos. Nacido en Cremona en 1502 de familia noble, sintió la vocación de ayudar a sus hermanos como médico. Ganó fácilmente su doctorado en medicina. En medio de sus actividades, leyó la Biblia y se sintió especialmente atraído por las epístolas de San Pablo. Formó un círculo bíblico con sus amigos y, después de comprender que podría ayudar mejor a sus hermanos como sacerdote, empezó a estudiar la sagrada teología, con la mira de no perseguir ningún beneficio eclesiástico. Después de su ordenación, guiado por el espíritu de San Pablo, organizó comunidades de base en medio del pueblo, para combatir su tremenda ignorancia religiosa.
Para promover la espiritualidad cristocéntrica en el clero, se trasladó a Milán, en donde tomó contacto con el oratorio “Eterna Sabiduría”, una comunidad de vida ascética, que contaba entre sus socios a los futuros Sumos Pontífices Pío IV y Pío V. En 1530, el padre Zacaría y otros dos sacerdotes fundaron una asociación de clérigos regulares, es decir que aceptaban una regla común de vida y de apostolado, sin hacerse frailes. Aprobada su comunidad por el Papa Clemente VII, tomaron el nombre de Clérigos Regulares de San Pablo o también “barnabitas”, en honor de su primera iglesia, dedicada a San Bernabé el compañero de San Pablo.
Predicaban en las iglesias, en las calles y en los hospitales, donde vieran que el pueblo lo necesitaba. Vivían en rigurosa pobreza. Fomentaban los círculos matrimoniales y promovían la fundación de una congregación de religiosas para la asistencia de la juventud femenina descarriada.
Una parte importante de su apostolado fue el fomentar en el pueblo el amor al Santísimo Sacramento.
Hasta el día de hoy conserva la Iglesia una preciosa tradición iniciada por Antonio María Zacaría, la adoración durante 40 horas, llamada el Jubileo de las 40 horas.
Otra tradición promovida por él sigue todavía en las zonas de vida rural: el toque de las campanas todos los viernes a las tres de la tarde, para recordar la muerte de Cristo.
Extenuado por tantas actividades a favor de los demás, como otro San Pablo, nuestro joven sacerdote murió en los brazos de su madre el año de 1539. Contaba apenas 37. Al entrar San Carlos Borromeo en Milán, en 1565, como nuevo arzobispo, encontró el terreno bien preparado para las reformas del Concilio de Trento.
El fuego del amor que había encendido un solo sacerdote, se habría de propagar a otros sacerdotes, hermanas y seglares.
San Antonio María Zacaría fue canonizado por el Papa León XIII en 1897.
"La adoración a Cristo en este Sacramento de amor debe encontrar expresión en diversas formas de devoción eucarística: plegarias personales ante el Santísimo, horas de adoración, exposiciones breves, prolongadas, anuales (las 40 horas), bendiciones eucarísticas, procesiones eucarísticas, congresos eucarísticos".
Juan Pablo II, El misterio y el culto de la Eucaristía, n. 3.
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