Redacción
Hay pocos datos concernientes a la biografía de San Ireneo, pero existe una vasta literatura acerca de la importancia de este santo como testigo de las primitivas tradiciones del cristianismo y maestro de la ortodoxia.
Nació hacia el año 130 y fue educado en Esmirna. Conoció íntimamente a San Policarpo, obispo de esta ciudad y discípulo de San Juan Evangelista. Tuvo el inestimable privilegio de tratar a muchos hombres que conocieron a los Apóstoles y a sus inmediatos discípulos. Sobre todo, la impresión que causó San Policarpo en San Ireneo fue indeleble y duró toda su vida: como le dijo a un amigo, él podía recordar los detalles de su aspecto, el sonido de su voz, y las mismas palabras con que describía al Apóstol San Juan y a otros que conocieron al Señor Jesús.
El año 177, San Ireneo era presbítero en Lyon (Francia) y poco después ocupó la sede episcopal de esta ciudad. Desempeñó con maestría dos misiones importantes en Roma: una con el Papa San Eleuterio, y otra con el Papa Víctor III.
Escribió en defensa de la fe católica contra los errores de los gnósticos. Las escuelas gnósticas se multiplicaron extraordinariamente en un principio. Como sus enseñanzas eran secretas, oscuras, simbólicas y aun contradictorias entre sí, se hace difícil definirlas en conjunto. El gnosticismo tendía a reducir la religión revelada a una teosofía, o conocimiento intuitivo de Dios y de las cosas divinas. Admitía además la dualidad y hasta la multiplicidad de los principios del bien y del mal.
Los Apóstoles y los santos Padres, principalmente San Ireneo, combatieron enérgicamente las ideas gnósticas que fácilmente podían confundir a los cristianos de escasa formación.
La fecha de su muerte es desconocida. Generalmente se considera que fue el año 203. También es dudoso que haya recibido el martirio.
"La Iglesia posee, gracias al Evangelio, la verdad sobre el hombre, como imagen de Dios, irreductible a una simple parcela de la naturaleza, o a un elemento anónimo de la ciudad humana. En este sentido, escribía San Ireneo: “La gloria del hombre es Dios, pero el receptáculo de toda acción de Dios, de sabiduría, de su poder es el hombre”".
D.P., n. 258.
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