Redacción
Fue famoso en su vida como maestro, orador, poeta, comentarista de la Sagrada Escritura y defensor de la fe. En 1920 se le dio el título de doctor de la Iglesia. Los sirios, tanto católicos como separados, lo llaman “el arpa del Espíritu Santo”.
San Jerónimo dice de él que sus escritos se leían en algunas iglesias después de las Sagradas Escrituras y le reconoce un alto ingenio. San Roberto Belarmino consideraba que San Efrén era más piadoso que erudito. A este santo se debe la introducción en la Iglesia de los cantos en el culto divino y en la enseñanza sagrada.
San Efrén nació en al año 306, en Nísibi de Mesopotamia, entonces bajo el dominio romano. Fue bautizado a la edad de 18 años. En el año 325 acompañó al obispo de su ciudad al Concilio de Nicea. Cuando Nísibi pasó al poder de los persas, los cristianos abandonaron la ciudad y San Efrén se retiró a una cueva, cerca de Edessa. Allí observó una manera de vivir muy ascética.
Se nos describe como un hombre pequeño de estatura, calvo, sin barba, de piel seca y agrietada, vestido con harapos; sin embargo, estaba muy enterado de los asuntos eclesiásticos de la ciudad y ejercía en ella considerable influencia con su frecuente predicación.
De madura edad fue ascendido al diaconado. Se dice que por humildad no se ordenó sacerdote. El hecho de que sus biógrafos lo designan siempre con el nombre de diácono parece indicar que no pasó más allá en las órdenes sagradas, pero hay pasajes en sus escritos que indican que tenía la dignidad sacerdotal.
Cerca del año 370 visitó a San Basilio de Cesarea. La última época de su vida la pasó San Efrén administrando los bienes de los pobres y enfermeros confiados a él. Parece que el año de su muerte fue el 373. Escritor prolífico, de sus obras que nos han llegado unas están escritas en sirio, otras en griego, latín y armenio. Se pueden agrupar en exegéticas, polémicas, doctrinales y poéticas. Todas ellas están escritas en forma métrica, excepto los comentarios a las Escrituras.
"El admirable Hijo del carpintero llevó su cruz a los infiernos, que todo lo devoraban, y condujo así a todo el género humano a la mansión de la vida. Y la humanidad entera que, a causa de un árbol había sido precipitada en el abismo inferior, por otro árbol, el de la cruz, alcanzó la mansión de la vida. En el árbol, pues, en que había sido injertado un esqueje de muerte amarga, se injertó luego otro de vida feliz, para que confesemos que Cristo es Señor de toda la creación.
¡A ti la gloria, a ti que con tu cruz elevaste como un puente sobre la misma muerte, para que las almas pudieran pasar por él desde la región de la muerte a la región de la vida!
¡A ti la gloria, a ti que asumiste un cuerpo mortal e hiciste de él fuente de vida para todos los mortales!".
San Efrén, Sermón sobre nuestro Señor, 3-4.
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