Redacción
Del 31 de julio al 2 de agosto de 1969, es decir dos años antes de la cruel dictadura de Idi Amín, el Papa Pablo VI visitó Uganda y dijo aquellas célebres palabras: "Vosotros sois ahora vuestros propios misioneros".
Si el catolicismo ha realizado notables progresos en Uganda, de hecho se debe, en parte, al mérito de los mártires de los años 1885 y 1886, de los cuales veintidós fueron solemnemente canonizados el Domingo Mundial de las Misiones el año de 1964, por Pablo VI.
Los primeros misioneros católicos de la Congregación de los Padres Blancos del cardenal Lavigérie, llegaron en 1879 y el rey Mtesa les permitió la evangelización. Su sucesor, el rey Mwanza, hombre vicioso y sanguinario, odiaba a los cristianos. Se dio cuenta de que los pajes de la corte, ya convertidos, no querían prestarse como instrumento para sus instintos bestiales. José Mkasa, uno de sus oficiales más elevados, fue decapitado el 15 de noviembre de 1885, porque el ejemplo de su fe cristiana dio especial valor a los muchachos. También José había reprochado al rey el asesinato del misionero anglicano Hannington con toda su caravana.
El puesto del oficial mártir fue ocupado por Carlos Lwanga, que había ya abrazado la fe católica. En mayo de 1886 el paje cristiano Denis fue asesinado por el rey quien, después del crimen, ordenó que todos los empleados reales que profesaran la religión de los padres blancos, ya no podrían salir del palacio. Aquella misma noche, Carlos logró bautizar a cuatro de los catecúmenos. A la mañana siguiente quince jóvenes comparecieron ante el rey, quien les preguntó si querían seguir profesando la fe cristiana. Contestaron: "Hasta la muerte". Tenían entre 13 y 25 años. El rey mandó matarlos según su rito pagano, es decir quemándolos vivos.
Caminaron a Namugongo, a 60 kilómetros de distancia, donde se preparó la pira. En la fiesta de la Ascensión, el 3 de junio de 1886, fueron atados de pies y manos y acostados en hilera, con algunos otros cristianos, sobre el enorme altar de leña.
De la misma manera que Sedrak, Mesak y Abed-Negó, los tres jóvenes mencionados en el libro de Daniel, quienes arrojados al horno alababan a Dios con grandes voces, aquellos heroicos cristianos sufrieron el horrible tormento del fuego alabando a Dios e invocando, hasta el último suspiro, el nombre de Jesús.
Entre los mártires se encontraba el propio hijo del jefe de los verdugos. El padre trató de salvarlo y le sugirió que apostatara. "No es posible, padre -dijo el valiente muchacho-, soy cristiano y permaneceré cristiano". Para que el joven no sufriera tanto por el fuego, el padre mandó a un verdugo a que le quitara la vida con un golpe de martillo en la nuca.
Todos se transformaron en “ofrenda permanente”, como dice la anáfora III después de la Consagración. Más tarde fueron martirizados otros católicos y cristianos no católicos, que murieron unidos en la fidelidad a sus promesas bautismales. Este hecho fue puesto de relieve durante la visita del Papa Pablo VI a aquellas tierras de mártires.
El catolicismo de Uganda produjo las primeras congregaciones de indígenas para religiosos y hermanos con numerosas vocaciones.
El primer obispo negro fue consagrado en 1939, para la tierra de Uganda. Una ejemplar prensa católica ayuda, desde hace 50 años, en la propagación de la fe.
Acerca de nuestros mártires de Uganda volvió a ser realidad lo que escribió Tertuliano, nacido en África del Norte y testigo de los martirios sufridos por los cristianos en tiempos de los romanos: "la sangre de los mártires es semilla de cristianos."
"¿Quién hubiera podido imaginar que a aquellos ilustres mártires y confesores africanos, tan conocidos y recordados, como Cipriano, Felícitas y Perpetua y también Agustín, aquel gran hombre, añadiríamos un día los nombres tan queridos de Carlos Lwanga, de Matías Mulumba Kalemba y de sus veinte compañeros? Sin olvidar a aquellos otros, de confesión anglicana, que sufrieron la muerte por el nombre de Cristo".
Pablo VI, Homilía en la canonización de los mártires de Uganda.
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