Redacción
San Bonifacio, apóstol de Alemania, era inglés de nacimiento. Su nombre de bautismo era Wynfried o Winfrido. Estudió en el convento benedictino de Nursling, diócesis de Winchester, y pronto fue elegido abad del mismo.
Por entonces surgió su vocación misionera y pidió al Papa Gregorio II que lo trasladara a la región central de Alemania, en donde ya trabajaba con éxito otro misionero inglés: San Wilibrodo.
Con los permisos respectivos del Papa y del príncipe de los francos, Carlos Martel, Wynfried pudo penetrar, desde Hessen y Turingia, a tierras todavía paganas y sólo superficialmente evangelizadas.
Al ser nombrado delegado apostólico de las nuevas diócesis de Alemania, trabajó incansablemente en la evangelización por medio de continuos sínodos, fundación de conventos y encuentros de sacerdotes, además de tomar medidas para erradicar las supersticiones paganas y los abusos de la nobleza.
Es mérito suyo el haber promovido la unidad cristiana de Europa central, dividida por tribus y pueblos, tratando de unificarlos a todos bajo la dirección del Vicario de Cristo.
A la edad de 80 años, cuando ordinariamente un obispo debe retirarse a descansar de sus actividades, Bonifacio quiso empezar la evangelización de la costa de Holanda con un grupo de misioneros, donde los habitantes eran particularmente agresivos y crueles. Adivinando su martirio, el santo obispo llevaba su mortaja en su equipaje.
Mientras dormían en tiendas de campaña, el obispo y otros cincuenta y dos misioneros, lo mismo que algunos frailes y otros seglares, fueron asaltados y asesinados en la madrugada del 5 de junio de 754. Otra versión nos presenta al santo rodeado de sus cristianos y misioneros sorprendidos durante la catequesis; San Bonifacio levanta a los verdugos el libro de los Evangelios antes de caer abatido.
Los restos del santo se encuentran en la cripta de la catedral de Fulda. Ahí se reúnen, todos los años, los obispos alemanes en Conferencia para promover la misma finalidad de unión con el Vicario de Cristo, de los fieles entre sí, y prestar una ayuda fraternal a los católicos necesitados de todo el mundo.
"No seamos perros mudos, no seamos centinelas silenciosos, no seamos mercenarios que huyen del lobo, sino pastores solícitos que vigilan sobre el rebaño de Cristo, anunciando el designio de Dios a los grandes y a los pequeños, a los ricos y a los pobres, a los hombres de toda condición y de toda edad, en la medida en que Dios nos dé fuerzas, a tiempo y a destiempo, tal como lo escribió San Gregorio en su libro a los pastores de la Iglesia".
San Bonifacio, Carta 78.
"El cristianismo occidental, después de las migraciones de los pueblos nuevos, había amalgamado los grupos étnicos llegados con las poblaciones latinas residentes, extendiendo a todos, con la intención de unirlos, la lengua, la liturgia y la cultura latina transmitidas por la Iglesia de Roma. De la uniformidad así conseguida, se originaba en aquellas sociedades relativamente jóvenes y en plena expansión un sentimiento de fuerza y compatibilidad, que contribuía tanto a su unión más estrecha, como a su afirmación más enérgica en Europa”. Sl. Ap., n. 12.
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