Redacción
Fue esta la santa que se propuso como modelo para imitar, Santa Catalina de Siena que nació treinta años después de haber muerto Inés. Su biografía fue escrita por San Raimundo de Capua (que conoció muchas personas que habían vivido junto a Santa Inés, y la misma Santa Catalina cuenta de ella datos interesantes. Así que su historia tiene dos escritores muy importantes.
Nació en Montepulciano, (Italia) en 1268 y fue una de las figuras más brillantes de la Orden de Santo Domingo.
A los 9 años obtuvo que sus padres (que eran de una de las principales familias de la ciudad) la dejaran irse a vivir a un convento de religiosas. Allí su seriedad y su comportamiento tan inteligente le atrajeron de tal manera la confianza de las superioras que cuando apenas tenía catorce años la encargaron ya de la portería del convento y de recibir las visitas.
Cuando ella tenía 15 años, la superiora de aquella comunidad fue trasladada a fundar un convento en otra ciudad, y pidió que la dejaran llevar como principal colaboradora a Inés, porque era una joven de una extraordinaria responsabilidad en todo lo que hacía.
Y sucedió por aquellos tiempos que las gentes de Montepulciano dispusieron transformar unas casas de gente de vida alegre, en casas para religiosas. Y una vez adaptadas aquellas habitaciones, pidieron que les fuera enviada como superiora del nuevo convento la joven Inés, cuya santidad ya era notoria en todos los alrededores. Ella siendo tan joven, aceptó el cargo porque confiaba en que Dios la iba a ayudar de maneras sorprendentes. Y así sucedió.
Buscando patrono
Estaba Inés pensando a qué comunidad religiosa de las antiguas confiar ella las monjitas de su nuevo convento, cuando una noche en una visión observó que se le aparecían en el mar muchas barcas con distintos patronos, invitándola a navegar en ellas. Pero que una barca tenía por piloto a Santo Domingo de Guzmán y que este santo le decía: “Es voluntad de Dios que tú viajes en la barca de la Comunidad Dominicana”. Desde entonces se propuso afiliar sus religiosas a la Comunidad de padres Dominicos. Y así ella llegará a ser una de las glorias de esta comunidad, y lo mismo lo será su gran devota, Santa Catalina de Siena.
Penitencias y gracias extraordinarias
Desde muy joven ayunaba casi todos los días y dormía en el duro suelo y tenía por almohada una piedra. Después la salud se le resintió y por orden del médico tuvo que suavizar esas mortificaciones.
San Raimundo cuenta que Dios le permitía visiones celestiales, que un día logró ver cómo era Jesús cuando era Niño. Otra vez estando la despensa del convento desprovista y no habiendo alimentos para las monjas, ella rezó con fe y la despensa apareció llena de comestibles. La veían levantada por los aires mientras le llegaban los éxtasis de la oración. Un ángel se le apareció ofreciéndole un cáliz de amargura y le dijo:
Como Jesús, en esta tierra tendrás que beber el cáliz de la amargura, pero para la eternidad te espera la corona de gloria que nunca se marchita”.
El retrato de una santa hecho por otra santa
Santa Catalina de Siena que fue a Montepulciano a visitar el cadáver de San Inés, el cual después de 30 años todavía se encontraba incorrupto, profesaba una gran veneración a esta santa y en una carta que escribió a las religiosas de esa comunidad les dice: “Les recomiendo que sigan las enseñanzas de la hermana Inés y traten de imitar su santa vida, porque dio verdaderos ejemplos de caridad y humildad. Ella tenía en su corazón un gran fuego de caridad, regalado por el mismo Dios, y este fuego le producía un inmenso deseo de salvar almas y de santificarse por conseguir la salvación de muchos. Y después de la caridad lo que más admiraba en ella era su profunda humildad. Siempre obraba y se esforzaba por conservar y aumentar estas dos virtudes. Y lo que la ayudaba mucho a crecer en santidad era que se había despojado de todo deseo de poseer bienes materiales o de darle gusto a sus inclinaciones sensuales, y el dominar continuamente su amor propio. Su corazón estaba totalmente lleno de amor a Cristo Crucificado, y este amor echaba fuera los amores mundanos y los apegos indebidos a lo que es terrenal. Ella ofrecía en sacrificio a Dios su propia sensualidad. Para esta buena religiosa el mejor tesoro era Cristo crucificado, en quien meditaba siempre y a quien tanto amaba”. Hermoso retrato redactado por una gran santa, acerca de otra santa también muy admirable.
San Raimundo cuenta que muchos testigos le declararon haber presenciado hechos milagrosos en la vida de Santa Inés.
Cuando estaba moribunda, oyó que sus religiosas lloraban y les dijo emocionada:
Si en verdad me aman, alégrense de que voy al Padre Dios a recibir su herencia eterna. No se afanen que desde la eternidad las encomendaré siempre”.
Murió en el mes de abril del año 1317 a la edad de 49 años, y en su sepulcro se han obrado muchos milagros. Que nos contagie Inés de su gran amor por Jesús Crucificado.
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