San Juan Bautista de la Salle - 7 de abril
Redacción
Entre los grandes educadores de la humanidad figura destacadamente Juan Bautista de la Salle, aunque a veces los manuales de pedagogía no citan su nombre. Vivió en la época del “Rey Sol”, Luis XV, cuando se abrió un abismo entre la nobleza y la burguesía: allá lujos y privilegios, acá miseria por los impuestos y la discriminación.
En favor del proletariado surgió un hombre que voluntariamente dejó las comodidades de su clase social, para conducir a la juventud abandonada a una vida más digna. Juan Bautista de la Salle, nacido en Reims el 30 de abril de 1651, hijo mayor de un consejero del Tribunal Supremo de la provincia; dotado y educado, hubiese podido escalar los máximos honores y cargos del Estado. Empero, se decidió por el estado eclesiástico y recibió el sacerdocio en 1678.
El canónigo Rolando, al morir, le encargó a nuestro santo cuidar las escuelas de niñas, administradas por las Hermanas del Santo Niño Jesús. Juan Bautista descubrió miserias, tanto corporales como espirituales, que clamaban al Cielo. Un año más tarde inauguró la primera escuela pública para niños pobres. Los maestros eran hospedados en su casa con el fin de llevar una vida en común y una instrucción organizada, lo que le acarró el enojo de sus parientes. Al inquietarse los profesores por la inseguridad del salario, prescindió de su canonjía y, en la hambruna del año 1684, distribuyó toda su herencia paterna entre los pobres.
Para dar mayor seguridad a su obra, Juan Bautista invitó a los maestros a fundar una comunidad conventual, mediante una promesa sencilla de tiempo limitado. Los maestros lo siguieron de buena gana.
Siete años más tarde, esas promesas temporales se transformaron en compromisos de por vida. “Hermanos de las Escuelas Cristianas” se llamó la pequeña Congregación que, creciendo lentamente, abrió escuelas gratuitamente en las demás ciudades de la Champagne, en París, Rouen, y otros lugares. Su pedagogía es tan sencilla como sana; capta al hombre entero, no sólo su habilidad de pensar o sus capacidades técnicas.
Aunque el fundador, ante todo, pensó en la juventud proletaria, sus dotes geniales y su cariño a la juventud lo impulsaron a una organización amplia del sistema educativo. En lugar de la instrucción personal, introdujo la instrucción en conjunto. También fue el creador de las primeras escuelas normales y vocacionales, organizando la planificación de los estudios según el sistema escolar moderno. Por amor a la juventud, aceptó las privaciones más difíciles y pidió lo mismo de sus compañeros en la hermandad.
Los últimos cuarenta años de la vida de San Juan Bautista, se convirtieron en una verdadera cadena de persecuciones. El gremio de los “maestros de primeras letras” lo acusó ante el parlamento y destruyó toda la organización de sus escuelas; la secta de los jansenistas calumnió al dinámico educador. Varios de sus colegas lograron su destitución y por fin, para colmo de males, basándose en mentiras y malas interpretaciones, la autoridad lo privó de sus derechos sacerdotales.
En esta forma Francia le agradeció a uno de sus hijos más nobles el sacrificio de su vida. La Salle se había entregado totalmente a Dios y se consideraba como “el más pequeño”, al cual correspondía el último lugar entre los hermanos.
Al ser sustituido en su cargo de superior general, en 1717, empezó a prepararse para su muerte, que acaeció el 17 de abril de 1719, en Saint Yon cerca de Rouen.
“Vuestro instituto, a lo largo de estos tres siglos, se ha extendido, en medio de duras pruebas y grandes dificultades, en el mundo entero, con una progresión que nadie ha podido detener, porque está animado, fecundado, sostenido por la gracia de Dios, a la que millares y millares de hermanos han respondido con dedicación y generosidad ejemplares. Los 101 hermanos que componían vuestra congregación religiosa en 1719, año de la muerte de vuestro santo fundador, se han convertido actualmente en cerca de 11,000; y las 23 casas entonces han llegado a ser ahora más de 1,300. Estas cifras, tan significativas y elocuentes, son la prueba del dinamismo interior y de la vitalidad fecunda de una institución que fue verdaderamente providencial.”
Juan Pablo II, Carta al superior general de los Hermanos
de las Escuelas Cristianas, 13 de mayo de 1980.
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