E
l oxímoron es evocado aquí, allá, en todas partes, y de formas diversas: un silencio atronador reina en el planeta.Los ciervos, los osos o los jabalíes se atreven a rondar por calles vacías de ciudades fantasmas. Vivíamos inmersos en un movimiento vertiginoso perpetuo y en el ruido permanente, pero las cadenas de producción cesaron, paró la faena, paró la labor, paró el trabajo.
Según recuento de la Agencia France-Presse del pasado jueves, más de la mitad de los pobladores del mundo, de una población de 7.8 miles de millones, permanece recluida debido a las medidas de confinamiento obligatorio o recomendado, toques de queda y cuarentenas, en 90 países y territorios. Aunque esas medidas van más allá: World Meter mantiene en tiempo real el recuento en 205 países y territorios afectados por Covid-19. El paro del trabajo es, así, contundente.
El silencio del paro desnuda. Medios de producción y capitales muestran sin remedio su desnudez rotunda de trabajo muerto, objetivado, vuelto objetos inertes provenientes de un trabajo pasado. Nada son sin la vivificación que les procuran el nervio, el músculo, el cerebro, la mano, del trabajo vivo. Nada son industrias, o líneas conductoras de energía, o vehículos y caminos, o campos labrantíos, sin el trabajo vivo; más aún, no existirían sin un trabajo vivo del pasado. Son nada y nadie empresas y empresarios sin la presencia del trabajo vivo. Hoy está a la vista de quien se detenga y vea (y escuche con atención a los empresarios de cualquier parte). Su ausencia es una amenaza a la existencia. Los trabajadores lo son todo. Son la base misma de la vida humana.
La instrucción o recomendación de poner bajo hibernación las actividades no esenciales
para atemperar la velocidad del contagio, se volvió reguero de pólvora y las alarmas sonaron entre los empresarios: ¿cuánto? ¿cuánto tiempo? Es necesario volver a la normalidad a la brevedad
. La dimensión de las no esenciales
la revelan los miles de millones de personas recluidas; comprende a los trabajadores de la mayor parte las ocupaciones. ¿Pagarles sin trabajar? ¡Qué delirio! Millones han sido cesados. Y ¿cuáles son las tareas esenciales? Además del desempeño invaluable e irrecusable de las labores médicas, comprende a los (también) trabajadores, siempre invisibles, ocupados en tareas subalternas
mal pagadas, como las labores de limpieza, la recogida de basura, repartidores de mercancía, cocineros, y tantas otras tareas secundarias
sin las cuales la vida confinada de millones sería imposible.
Es menester volver a ver lo fundamental. La existencia humana consiste en un proceso que ocurre en la naturaleza; los seres humanos como parte de ella obtienen de la misma los materiales que, mediante el trabajo vivo, transforman para adaptarlos a sus necesidades. Así la existencia humana se produce y reproduce en un proceso sin fin. Pero si, para que ese hecho del mundo natural ocurra debe pasar a través de bolsas de valores, especulación, dinero fiat, sistemas financieros hipertrofiados, monopolios, bienes suntuarios a granel con fines de desperdicio, concentración de la riqueza, enriquecimiento privado a cambio de salud, devaluaciones monetarias, fuga de capitales, aniquilación del medio ambiente, bandidaje y piratería de material médico –practicada hoy mismo por Estados Unidos–, apropiación violenta de territorios, trabajo asalariado bajo hiperexplotación y ganancias dinerarias sin fin para empresarios que, además, exigen favores fiscales, constatamos que vivimos enajenados, inmersos en el absurdo absoluto del capitalismo, hoy en la peor de sus versiones: el modelo
neoliberal. Sí, volver a lo fundamental.
Ese caos atroz es lo normal, y es a ese lugar al que los capitales quieren retroceder, después del fin de la pandemia. Las certezas
constituidas que enmascaran el caos bosquejado tendrán que ser una a una desalojadas a fin de que las mayorías, siempre arrolladas, puedan nuevamente interrogarse sobre el mundo que desean. Difícilmente habrá retorno a la virulenta condición del capitalismo neoliberal.
Los seres humanos superaron su situación de reproducción básica, gracias a la productividad creciente del trabajo, y pudieron crear cada vez mejores modos de vida; un día también produjeron bienes simbólicos y culturales. Quienes vivieron y viven de la elaboración de esos nuevos bienes, pudieron hacerlo porque el sector social que hace realidad la reproducción básica, lo hace también para los hombres de las nuevas ocupaciones.
Un día la reproducción social básica quedó atrapada en el modo de producción capitalista. La expansión de ese sistema nos trajo hasta el horror de lo normal anterior al Covid-19.
Ningún tipo de organización social dura por siempre jamás. El hecho magno sin precedente de vivir la humanidad la misma calamidad y el mismo alejamiento social, se vive hoy en común: bien puede servir para ponerle paréntesis e interrogantes a una normalidad que destripa a las mayorías enriqueciendo a unos pocos.
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