E
l subsecretario de Prevención y Promoción de la Salud, Hugo López-Gatell, informó el miércoles pasado que por cada caso confirmado de la enfermedad Covid-19, hay un estimado de 10 a 12 personas contagiadas sin que exista registro de ello, ya sea porque los pacientes no consideraron necesario asistir a consulta, porque lo hicieron, pero no mostraron síntomas, porque el médico que los atendió no identificó los signos de la infección o por otros motivos. El encargado de mantener informada a la población acerca del desarrollo de la emergencia sanitaria estimó en 26 mil el número total de casos en el país.
Dichas estimaciones se basan en el uso del sistema de vigilancia epidemiológica de tipo centinela, aplicado para el seguimiento del coronavirus SARS-Cov-2 en México, y cuyos antecedentes en la nación se remontan a 2006. Como señaló el funcionario, tal método fue desarrollado en colaboración con los Centros para la Prevención y Control de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés) de Estados Unidos y las organizaciones Mundial y Panamericana de la Salud (OMS/OPS), se le considera la manera más eficaz de recopilar datos oportunos y de buena calidad
y se realiza con la vigilancia basada en indicadores que incluye recopilar datos de un número limitado de sitios representativos de vigilancia de manera sistemática y rutinaria
, según la definición contenida en la Guía operativa para la vigilancia centinela de la infección respiratoria aguda grave ( IRAG)“ elaborada por esa organización internacional (2014). Con base en la información obtenida es posible detectar tendencias y situaciones de riesgo y tomar las decisiones correspondientes.
Es importante remarcar que México, como hace el conjunto de la comunidad internacional, planifica su respuesta a la pandemia en curso mediante un método de estimación estadística porque el número real de contagios es inconmensurable, es decir, que en términos prácticos resulta imposible medirlo. En efecto, es evidente que poner en marcha un ejercicio de tipo censal para establecer la situación sanitaria de cada uno de los más de 127 millones de mexicanos sería impracticable e inútil, no sólo por el costo de tal despliegue logístico, sino porque tomaría tanto tiempo llevarlo a cabo que la pandemia habría concluido antes de que estuvieran listos los resultados de semejante ejercicio.
Pese a que el origen de la diferencia entre los casos confirmados y los estimados es de sobra conocida, y de que tal situación aplica a todas las naciones que enfrentan la propagación del coronavirus, las declaraciones del subsecretario Hugo López-Gatell fueron utilizadas para generar un ruido político-mediático que resulta sumamente pernicioso por dos razones: en primer lugar, porque constituye un intento de deslegitimar la información oficial, la cual hoy por hoy es el principal instrumento de control de la epidemia, en ausencia de una vacuna, de un medicamento de eficacia probada para curar la enfermedad y de medidas de aislamiento absoluto que imposibiliten por completo el contagio, la comunicación de López-Gatell con la ciudadanía ha demostrado ser la herramienta más importante para reaccionar de manera social y científicamente adecuada ante la crisis; en segunda instancia, pero inseparable de lo anterior, el ruido es nocivo en tanto que contribuye a sembrar el pánico y a estimular conductas antisociales e incluso autodestructivas a las que dan pie las percepciones catastróficas y hasta apocalípticas.
Estas acciones destinadas a deslegitimar la información oficial y crear un clima de desconfianza entre ciudadanía y autoridades no sólo son equivocadas, sino incluso ruines en la medida en que tienen como principal víctima a la propia población: es plenamente sabido que el miedo, la desinformación y la difusión de rumores son los mejores aliados de la pandemia para multiplicar sus estragos.
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