N
os referimos al Códice Florentino, que recibe ese nombre porque se conserva en la Biblioteca Medicea Laurenziana de Florencia, Italia. Es un manuscrito que incluye textos en náhuatl con traducciones y comentarios en castellano y pinturas. Lo realizó fray Bernardino de Sahagún y un grupo de coautores nahuas integrado por sabios –en náhuatl, tlamatinime, y pintores o tlacuiloque. La magna obra se realizó entre 1575 y 1577 en la ciudad de Tlatelolco; fue publicado por primera vez en México como Historia General de la cosas de Nueva España (sin pinturas) en 1830.
Se concibió como una enciclopedia en 12 volúmenes que incluye todos los aspectos de la vida y cultura de los antiguos pobladores, hablantes de náhuatl, que habitaban en la cuenca de México. Se escribió en dos columnas paralelas: la original en náhuatl a la derecha, y la traducción resumida al español a la izquierda. Todos los volúmenes están acompañados por pinturas enmarcadas, muchas, verdaderas obras de arte, algunas con colores brillantes y otras en blanco y negro.
Cuando uno lo ve se admira de la belleza de las pinturas y la riqueza del contenido, pero cuando se conoce la manera en que se hicieron y su significado, se valora en otra dimensión; no es exagerado afirmar que es de las grandes obras históricas y artísticas de la humanidad.
Para confirmarlo, los invito a que lean la edición especial 90 de la revista Arquelogía Mexicana, dedicada al Códice Florentino y la creación del Nuevo Mundo. El volumen se conforma alrededor de la conferencia que impartió la doctora Diana Magaloni, en el marco de la cátedra Eduardo Matos Moctezuma Lecture Series, que instauró en 2016 la Universidad de Harvard, en Boston, Estados Unidos. También participaron el Museo Peabody y el Centro Rockefeller de Estudios Latinoamericanos, entre otras instituciones.
Desde entonces se ha convocado a especialistas de ambos países a impartir conferencias. La doctora Magaloni ha sobresalido en los estudios de la pintura prehispánica de Mesoamérica. Se ha especializado en las técnicas pictóricas y al análisis de las pinturas indígenas del siglo XVI.
En el caso del Códice Florentino, estudió el proceso de manufactura, la naturaleza de los colores, su forma de preparación y los conocimientos que eso implica. Así pudo identificar por vez primera a 22 pintores –entre los cuales cuatro son maestros– que realizaron las 2 mil 686 pinturas de los 2 mil folios que integran la obra.
La cosa no quedó ahí; en 2006, gracias a un proyecto de investigación multidisciplinaria, en la biblioteca florentina realizaron el estudio detallado de los 12 libros. Después de la identificación de los artistas, se abocaron a los colores y tintas utilizados. Esto se hizo con un equipo de químicos especialistas de la Universidad de Florencia.
Fue una labor exhaustiva que los llevó a descubrir que las pinturas no son simples ilustraciones para embellecer la obra, como lo veía el propio fray Bernardino de Sahagún. Explica Magaloni: Las pinturas para los nahuas eran el medio para expresar el conocimiento íntimo, para reflejar lo que hace que el mundo sea como es
. Los sabios convertían las imágenes en un texto que se leía, se cantaba, se bailaba; tenían la intención de recrear la realidad mítica en el presente y así poder comprender la esencia de los acontecimientos.
Fue fascinante descubrir que según la idea que se quería representar, se utilizaba un tipo de pintura. Había de origen natural y mineral y en ocasiones se mezclaban ambas en una misma imagen para expresar la complejidad de la idea.
La doctora nos pone de ejemplo una que representa la muerte de Moctezuma y de Itzcuautzin cuando los cuerpos son arrojados a las aguas por un par de españoles.
Después de analizar la obra con fotografía infrarroja en falso color –una técnica muy sofisticada–, se pudo advertir el uso de distintos tintes, pigmentos y técnicas para transmitir ideas de poder, muerte, dominación. Como dije en el título ¡un auténtico prodigio!
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