Santa Luisa de Marillac - 15 de marzo
Redacción
A fines del siglo XVI la situación religiosa en Francia era lamentable. En este tiempo, en Alemania el protestantismo perdía terreno por obra de la Contrarreforma, en España la mística alcanzaba sus más altas cimas y en Italia se apagaba la bacanal del Renacimiento con una floración de nuevos santos. La situación de la Iglesia de Francia era diferente. Los obispos tuvieron bastante dificultad para sobrevivir a las guerras de religión, sin tiempo para aplicar las reformas y remedios ordenados por el Concilio de Trento.
Al subir al trono francés Enrique IV, se consiguió la paz. Bajo el vigoroso impulso de este monarca y de su ministro Sully, el país conoció un notable mejoramiento de la situación. Llegaron de España a París nuevas comunidades religiosas: jesuitas, carmelitas, capuchinos y oratorianos. Además de la santidad de los claustros, la Iglesia de Francia intentó una mayor santificación del clero y de los seglares.
Se formaron centros de espiritualidad, pero no para aislarse en estériles discusiones. La piedad no se redujo a la devoción interior: se organizaron obras de caridad para remediar la miseria de las clases populares. El catolicismo de Francia se renovó por el ejemplo de algunos hombres y mujeres de gran santidad, entre ellos la señora Acarie en el Carmelo, Sor María de la Encarnación, Francisco de Sales, Juana Francisca de Chantal, Vicente de Paúl y Luisa de Marillac.
Luisa de Marillac nació el 12 de agosto de 1591, quedando huérfana de madre en la más tierna edad. Su padre, hombre de extraordinaria inteligencia y de gran virtud, no omitió medio para que su hija recibiera una educación esmerada: literatura, arte, filosofía, e incluso el latín, fueron base de sus estudios. Al mismo tiempo aprendió los oficios de su propio sexo.
A los 15 años perdió también a su padre y se desposó después con Antonio Le Gras, secretario de la reina María de Médici, dando ejemplo de un matrimonio ideal. Cuando el señor Le Gras en 1625 murió santamente en brazos de su esposa, ella no pensó más que en consagrarse del todo a Dios.
La viuda fue colaboradora eficacísima de San Vicente de Paúl. Ella supo poner la nota femenina en sus obras de caridad. Vicente había fundado ya las Cofradías de la Caridad, una asociación de damas al servicio domiciliario de los pobres. La visita a los pueblos y aldeas le hicieron ver a Luisa otra enorme deficiencia; la falta de instrucción y educación en niñas y jóvenes.
Ya no bastaban las “Cofradías de la Caridad” sin organización. Luisa encontró colaboración valiosa en Margarita Nassau, aldeana que había aprendido a leer sola. Otras jóvenes siguieron los pasos de Margarita y en 1633 Luisa recibía a las cuatro primeras hermanas y así comenzó el grupo, hasta que se convirtió en un verdadero noviciado.
A partir de entonces la bola de nieve se transforma en alud arrollador. Realizaron visitas a hospitales que estaban espantosamente abandonados. Luego vendrían obras como la asistencia y cuidado de los niños huérfanos de París, de los abandonados en calles, parques y puertas de iglesias.
En ese tiempo en París niños abandonados morían de hambre, o eran mutilados para usarlos como instrumento para pedir limosna. Luisa fundó además asilos de ancianos: a los hombres les ocupó en diversos oficios, a las mujeres las dedicó a hilar. Posteriormente fundó otro establecimiento, “Las Casitas”, donde acogió a locos y enfermos mentales. No hubo dolencia, desgracia ni miseria, material o espiritual, que no fuera remediada por Luisa y su obra.
En 1655, después de 20 años de labor, Vicente y Luisa presentaron una instancia al arzobispo de París; con base en esta petición se erigió la Congregación de “Hermanas de la Caridad”.
Asombra pensar que Luisa de Marillac, de constitución débil pero espíritu fuerte, tuviera tiempo de escribir cientos de cartas y resumir numerosas conferencias de San Vicente; hizo extractos de sus meditaciones y ejercicios espirituales, hasta formar tres volúmenes de 1,500 páginas con sus obras completas.
Las Hermanas de la Caridad son hoy unas 45,000 extendidas por todo el mundo, en más de 4,000 casas. La casa matriz se encuentra en el número 140 de la Rue du Bac de París y allá mismo está el sepulcro de Luisa.
Cuando en 1660 entregó su alma al Creador, tras una dolorosa enfermedad, no tuvo el consuelo de que San Vicente la asistiese, pues también él estaba enfermo. No obstante le envió este sencillo recado: “Usted va adelante, pronto la volveré a ver en el Cielo.” Luisa falleció el día 15 de marzo de 1660. Vicente de Paúl murió el 27 de septiembre del mismo año.
Fue canonizada en 1934 y declarada patrona de todos los fieles que se dedican a trabajos caritativos.
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