Redacción
La vida de este santo es un magnífico ejemplo de evangelización. Vemos a un hombre de 40 años, evangelizado y convertido a Cristo, que se dedicó a evangelizar, a proclamar la Buena Nueva a los marginados, enfermos mentales, vagabundos y mujeres explotadas por la prostitución.
Nació en Portugal, cerca de Lisboa, en 1495. Desde su niñez abandonó su casa para trabajar como empleado en Castilla, pero a partir de 1522 lo encontramos en el ejército español, peleando contra los franceses, y después contra los turcos en Hungría; influenciado por el ambiente de la soldadesca y alejado de todo contacto con Dios, cayó en graves vicios y pecados.
A los 40 años de edad, lo encontramos otra vez en España, arrepentido de los errores cometidos y anhelando consagrarse a Dios. Decidió liberar a los cristianos de África, presos por los mahometanos, con la esperanza de alcanzar el martirio. En Ceuta, su confesor lo quiso apartar de ese deseo y lo exhortó a vivir una vida sin exageraciones en España; de manera que, a los 43 años, estableció en Granada una pequeña tienda de artículos religiosos.
Con razón la encíclica Evangeli Nuntiandi el Papa Pablo VI menciona que “sería un error no ver en la homilía un instrumento válido, apto para la evangelización” (n.43). Un solo sermón del religioso Beato Juan de Ávila influyó tanto sobre Juan, que lo decidió a implorar la misericordia divina, como penitente, en forma tan spectacular, que tuvo que ser encerrado en el manicomio. El celoso predicador no lo dejó abandonado, sino que buscó el contacto personal: lo convenció de que, en adelante, debería manifestar su arrepentimiento atendiendo material y espiritualmente a los hermanos más necesitados de Cristo, siempre abundantes en la España del siglo XVI.
Empezó en el manicomio de Granada, en donde los enfermos, según la costumbre de entonces, eran atados con cadenas y golpeados como animales. Se puede decir que por el influjo del santo y, después de su muerte, por medio de los “Hermanos de San Juan de Dios”, se realizó un enorme adelanto en la medicina psiquiátrica, al reconocer la locura como una enfermedad que se puede curar con un método integral físico y espiritual.
En 1540, el santo trabajó en un hospital con 42 camas, en donde él mismo atendía a los enfermos más abandonados y los dirigía espiritualmente. Aun cuando no era sacerdote, rezaba con los sacerdotes y, a la vez, les prestaba los servicios más humildes. A los vagabundos y ancianos, viéndolos con los ojos del mismo Cristo, los reunía en un asilo.
A pesar de las burlas y calumnias de los “buenos católicos”, se empezó a preocupar por la suerte de las prostitutas de Granada; tenía el consuelo de recibir el total apoyo de su arzobispo y la ayuda generosa de muchas personas que habían captado la santidad heroica de este aventurero de Cristo, en un ambiente todavía impregnado de resabios de feudalismo.
Con toda prudencia, el santo empezó a reunir compañeros dispuestos a ayudar; estos hombres fueron la base de su Congregación, organizada veinte años después de la muerte del fundador. Tiene actualmente su sede principal en la isla de “Fate bene fratelli” (los Hermanos que hacen el bien).
Entre los hechos prodigiosos de su vida, que las artes han inmortalizado, se cuenta que durante un incendio salvó personalmente a los enfermos del hospital, en medio de las llamas, sin recibir daño alguno. Extenuado por estos trabajos y por el esfuerzo de rescatar a un hombre que estaba ahogándose, durante una inundación, Juan murió a los 55 años, el 8 de marzo de 1550, arrodillado delante del altar.
En 1690 fue canonizado. El Papa León XIII lo declaró con San Camilo de Lelis, “patrono de los hospitales y de los enfermos”.
“Viéndome tan gravado de las deudas, muchas veces no salgo de casa por tanto que debo y, viendo a tantos pobres, hermanos y prójimos míos y con tantas necesidades, así del cuerpo como del alma, como no los puedo socorrer, me pongo muy triste, mas confío en Jesucristo; que Él me desempeñará, pues Él conoce mi corazón.”
Cartas de San Juan de Dios.
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