San Cirilo de Jerusalén, obispo y doctor de la Iglesia - 18 de marzo
Redacción
De la juventud de Cirilo no sabemos mucho. Probablemente nació cuando el Edicto de Milán devolvió a la Iglesia, en 313, la libertad. Su estilo cultivado de predicar y escribir hace suponer que había recibido excelente formación literaria.
Hacia el año 350, fue consagrado obispo de Jerusalén. Era creencia general que, entre los escombros de la ciudad destruida, en el sitio donde había estado la casa en la que Jesús y sus discípulos celebraron la Última Cena, se había construido un templo cristiano, que fue escogido por Cirilo para predicar su famosa Catequesis sobre los sacramentos de la iniciación cristiana: Bautismo, Confirmación y Eucaristía.
El siglo IV fue la época en la que se desarrollaron las más encarnizadas luchas teológicas sobre la divinidad de Cristo y el misterio de la Santísima Trinidad. En esas discusiones Cirilo expuso su posición. Acusado falsamente de inclinarse a la herejía del arrianismo, fue expulsado de su sede episcopal. Tres veces tuvo que abandonar la “Ciudad Santa” por las intrigas de sus adversarios, tanto clericales como políticos. De sus 38 años de episcopado, pasó 16 en el destierro.
A partir del año 378 presidió su diócesis de Jerusalén, de la cual escribía Gregorio de Nisa en el mismo año: “En esa mal llamada “Ciudad Santa” no hay crimen como el robo, el asesinato y las calumnias de herejías, que no se encuentre.”
A pesar de tantos sufrimientos, Cirilo se mostró siempre un obispo pacificador, piadoso y lleno de amor a sus adversarios; jamás los atacó o insultó, sino todo lo contrario, siempre los quiso traer al amor de Cristo.
En el Concilio de Constantinopla, del 381, se le aplaudió por su heroísmo y sus declaraciones: “El error presenta muchas formas; la verdad, una sola cara.” Debemos observar, además, que nuestro santo evitó el error de algunos teólogos de entonces: el menosprecio del cuerpo humano y del matrimonio. Apoyándose en la Sagrada Escritura, San Cirilo encontró la verdadera armonía de todos los valores naturales y sobrenaturales.
En su Catequesis es notable su reverencia a la Eucaristía. Sobre las personas que recibían a la Eucaristía en la mano, y entre las cuales algunas lo hacían con poco respeto, San Cirilo escribió lo que hoy vale al pie de la letra: “Hagan de su mano izquierda como un trono en que se apoye la mano derecha que ha de recibir al Rey; santifiquen luego sus ojos con el contacto del Cuerpo Divino y comulguen; no pierdan la menor partícula.”
Podemos decir, como conclusión, que al lado de los grandes teólogos que ilustraron el misterio de la Santísima Trinidad, como San Hilario, San Anastasio, San Agustín, etc., figura ciertamente San Cirilo, obispo de Jerusalén, el cual practicó plenamente el mandato de Cristo: “Id y enseñad” (Mt 28, 18).
“El esposo llama a todos sin distinción, ya que su gracia es amplia y liberal; la fuerte voz de sus pregoneros convoca a todos; pero él discierne luego a los que han entrado en aquel banquete de bodas, figura del bautismo.
Que no suceda ahora que algunos de los que han dado su nombre para ser bautizados, llegue a oír aquellas palabras: “Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin el traje de bodas?”
Cada uno de nosotros comparecerá ante Dios, en presencia de un innumerable ejército de ángeles. El Espíritu Santo sellará sus almas como elegidos, para formar parte de la milicia del gran rey.”
San Cirilo de Jerusalén, Catequesis, 3. 1-3; PG 33, 426-430.
Publicar un comentario