La Anunciación del Señor - 25 de marzo
Redacción
Esta Fiesta del Señor es, a la vez, una de las fiestas más grandes de la Virgen en el nuevo calendario universal de la Iglesia. Acerca de la importancia de este día, que se celebra nueve meses antes de Navidad, escribe el Papa Pablo VI en la Marialis Cultus (6, 37): “Para la solemnidad de la Encarnación del Verbo, en el calendario romano, con decisión motivada, se ha restablecido la antigua denominación –Anunciación del Señor-- pero la celebración era y es una fiesta conjunta de Cristo y de la Virgen; del Verbo, que se hace “Hijo de María” (Mc 6, 3), y de la Virgen, que se convierte en Madre de Dios. Con relación a Cristo, el Oriente y el Occidente, celebran esa solemnidad en las inagotables riquezas de sus liturgias, como memoria del “Fiat” salvador del Verbo encarnado que, al entrar en el mundo dijo: “He aquí que vengo a cumplir, oh Dios, tu voluntad” (cfr. Heb 10, 7).”
Innumerables obras de arte cristiano trataron de representar el misterio incomparable que narra San Lucas y que se puede meditar con asombro bajo dos aspectos:
Primer aspecto
El oficio divino exclama: “El Verbo de Dios, engendrado por el Padre antes del tiempo, se anonadó haciéndose hoy hombre por nosotros” (1 vísperas, art. 3).
En este hecho todas las esperanzas del Antiguo Testamento, todas las miserias y gritos de la historia humana desde el pecado original, encuentran su respuesta definitiva: Dios no sólo ama al hombre, sino que se hace solidario con él, se hace íntimamente uno con él; que ningún pensamiento humano, ni de los más elevados filósofos y teólogos de todos los tiempos pasados, hubiera podido adivinar este misterio del Niño Divino en el seno de María. La Encarnación del Verbo es así el principio de toda la obra salvadora de Dios, en lo futuro hasta el fin del mundo.
El mundo se salva por Cristo Rey, por Cristo Sacerdote y por Cristo Hostia; por su Iglesia y sus sacramentos, que son la continuación de lo que se inició en la Encarnación.
También estos misterios de fe están muy por encima de toda razón humana, y serán piedra de escándalo para aquellos que no sienten necesidad de la Redención o que quieren imponer a Dios el modo como Él debería –según sus cálculos humanos y según el estilo de la vanidad humana—realizar la obra salvadora.
La segunda consideración
Por la que debemos postrarnos de rodillas el día de hoy y adorar al Señor, es el hecho de que Dios quiso ofrecer todo este plan de su infinita misericordia a la libre aceptación de una persona humana, a una jovencita que formaba parte de un pueblo pequeño y oprimido; a una pobre campesina, virgen, que delante del mundo de entonces no valía casi nada.
De este “fiat”, de este sí, depende la suerte de todos los hombres; la fidelidad absoluta a este compromiso hasta la muerte, la verdadera y libre entrega humana de la “segunda Eva”, que se asocia libremente a la obra redentora de Cristo, es causa de nuestra alegría común.
Así como Dios invitó a María, así también cada hombre es llamado para que acepte el plan divino de su vida terrestre (cfr. Ap 3, 20).
María es ideal para el diálogo salvífico de Dios con toda criatura libre, y, naturalmente, también es nuestra mejor intercesora para que el plan amoroso de Dios llegue a feliz término en nuestra vida.
¿Cómo no podemos aceptar entonces, con gratitud, la invitación del Papa Pablo VI y del Papa Juan Pablo II a rezar diariamente la oración del Ángelus?
“Por medio de María, Dios se hizo carne; entró a formar parte de un pueblo; constituyó el centro de la historia. Ella es el punto de enlace del cielo con la tierra. Sin María, el Evangelio se desencarna, se desfigura y se transforma en ideología, en racionalismo espiritualista”.
D. P., n. 301.
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