E
l conjunto de actividades en la capital de la República disminuyó ayer de manera notoria a consecuen-cia del paro que mujeres realizaron para visibilizar la importancia de esa mitad de la población en todos los ámbitos y en demanda de acciones efectivas para poner fin a los feminicidios y la impunidad que suelen traer aparejada, así como para pugnar por una igualdad sustantiva respecto de los hombres.
El transporte público estuvo semivacío, el tráfico vehicular bajó de manera sensible y muchas escuelas, sucursales bancarias y oficinas públicas no laboraron ante la falta de personal femenino; también se redujo la concurrencia a comercios, aunque en el sector informal el impacto de la convocatoria fue menor, debido quizá a que la precariedad económica en la que viven muchas mujeres les impidió sumarse a la protesta.
Lo cierto es que el de ayer fue el paro general más exitoso de la historia moderna de México, en la que acciones de esta clase han sido por demás escasas y poco efectivas. Salvo por lo que se refiere a paros y huelgas gremiales y sectoriales –sobre todo en tiempos de la Revolución, en el sexenio de Lázaro Cárdenas y en los movimientos ferrocarrilero, médico y magisterial de décadas posteriores–, no existe registro en el país de un movimiento que haya tenido tanto impacto en las actividades diarias. En comparación con naciones como Francia o Argentina, donde las centrales obreras han paralizado a sus respectivos países en forma casi total, aquí no habían tenido lugar acciones de esa clase, tal vez por el oficialismo en el que derivaron las confederaciones sindicales desde la consolidación del régimen posrevolucionario.
Esta vez la convocatoria no surgió de las organizaciones de los trabajadores sino de grupos de mujeres que reclaman, en primer lugar, un alto a los feminicidios y a todas las violencias de género en el país, la erradicación de la impunidad, así como condiciones de igualdad plena en el trabajo, la escuela y el hogar. Se trata, pues, de un movimiento tan novedoso como radical, heterogéneo, descentralizado y transversal que pugna por cambios de fondo en la vida diaria y en las relaciones sociales y parte de una realidad terrible, exasperante, dolorosa e indignante.
En el contexto de las transformaciones que vive México, ha tenido lugar un inocultable desencuentro entre la insurgencia cívica de las mujeres y el gobierno que propugna la renovación de la vida pública del país, y el sentir de buena parte de los grupos feministas es que el discurso presidencial no logra articularse con sus demandas.
Pero debe señalarse también que la actitud gubernamental hacia el movimiento ha pasado en semanas recientes por una rectificación importante y por un reconocimiento de retrasos e insuficiencias en la atención de las demandas de las mujeres.
Cierto es que en la presente circunstancia las oposiciones políticas, empresariales y mediáticas han buscado instrumentar las causas feministas para gastar y desacreditar a la Cuarta Transformación, pero el margen de éxito que han logrado se explica más por las omisiones del propio gobierno que por méritos propios; a final de cuentas, el partido opositor más beligerante, Acción Nacional, ha sido un adversario histórico de los derechos de género en general y los grupos patronales que anunciaron su respaldo a la manifestación del domingo y al paro de ayer han hecho de la explotación del trabajo femenino uno de sus generadores de dividendos.
Asimismo la eclosión de las movilizaciones de mujeres ha descolocado a muchos en sus convicciones y certezas y ha obligado a poner sobre la mesa del debate nacional la tragedia de los feminicidios y la insoportable cadena de agresiones en que se traducen el machismo, la misoginia y la desigualdad.
En tal circunstancia cabe esperar que la erradicación de estas añejas miserias sea asumida como una tarea conjunta por las autoridades y por la sociedad. Debe emprenderse ya un plan concreto, multidimensional y de alcance nacional para construir una vida sin violencia para todas y todos.
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