La presentación del Señor - 2 de febrero
Redacción
En este día Jesucristo nuestro Señor fue presentado en el templo como un niño igual a los demás. La
presentación del Señor es lo mismo que su consagración al Padre. Dijo Dios a Moisés: “Conságrame todo primogénito israelita; el primer parto, lo mismo de hombres que de ganados, me pertenece… Cuando mañana tu hijo te pregunte: “¿Qué significa esto?, le responderás: “Con mano fuerte el Señor nos sacó de Egipto… Por eso yo sacrifico al Señor todo primogénito macho de los animales. Pero a los primogénitos de los hombres, los rescató” (Ex 13, 1-16)
De Nuestra Señora la Virgen María, que en su humildad se consideraba como una mujer más, sin privilegios, se conmemora también su Purificación, de acuerdo a la ley de Moisés (Lv 12, 1-8). La más hermosa meditación de estos hechos nos la hace el evangelista San Lucas, en el capítulo 2, 22-38: “Transcurrido el tiempo de la purificación de María según la ley de Moisés, ella y José llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor, de acuerdo a lo escrito en la ley: “Todo primogénito varón será consagrado al Señor”, y también para ofrecer, como dice la ley, un par de tórtolas o dos pichones.
“Vivía en Jerusalén un hombre llamado Simeón, varón justo y temeroso de Dios, que aguardaba la consolación de Israel, y en él moraba el Espíritu Santo, el cual le había revelado que no moriría sin haber visto antes al Mesías. Inspirado por el Espíritu, fue al templo, y cuando José y María entraban con el niño Jesús para cumplir con lo prescrito por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo:
“Señor, ya puedes dejar morir en paz a tu siervo, según lo que me habías prometido, porque mis ojos han visto a tu Salvador, al que has preparado para bien de todos los pueblos, luz que alumbra a las naciones y gloria de tu pueblo, Israel.”
“El padre y la madre del niño estaban admirados de semejantes palabras. Simeón los bendijo y a María, la madre de Jesús, le anunció: “Este niño ha sido puesto para ruina y resurgimiento de muchos en Israel, como signo que provocará contradicción, para que queden al descubierto los pensamientos de muchos corazones. Y a ti, una espada te atravesará el alma.”
“Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana. De joven había vivido siete años casada y llevaba ya ochenta y cuatro de viuda. No se apartaba del templo ni de día ni de noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Ana se acercó en aquel momento, dando gracias a Dios y hablando del niño a todos los que aguardaban la liberación de Israel.”
La fiesta de hoy se llama también de la Candelaria, porque en este día se bendicen las velas o candelas antes de la Misa principal, y luego se distribuyen a los fieles. El origen de esta ceremonia no se conoce con certeza. Algunos creen que fue inspiradas por las palabras de Simeón: “Luz para iluminar a los gentiles”. Otros piensan que fue una fiesta pagana que luego se cristianizó.
“Corramos todos –dice un santo obispo—al encuentro de Jesús, los que con fe celebramos y veneramos su misterio. Vayamos todos con el alma bien dispuesta. Nadie deje de participar en este encuentro, nadie deje de llevar su luz. Dejemos que esta luz nos penetre y nos transforme”.
Seños Jesucristo, deseado de todos los pueblos y contemplado por los ojos del justo Simeón y de la venerable Ana, haz que todos los hombres puedan alcanzar la salvación. Ilumina a los que aún te desconocen, y haz que crean en Ti, Dios verdadero.
“…Estáis llamados a una particular imitación de Jesús y a un testimonio vivido de las exigencias espirituales del Evangelio en la sociedad contemporánea. Y si el cirio, que tenéis en la mano, es también símbolo de vuestra vida ofrecida a Dios, ésta debe consumarse toda entera para su gloria…
…Pero precisamente por esta opción tan radical, os convertís, como Cristo y como María, en un “signo de contradicción”, es decir, en un signo de división, de ruptura y de choque en relación con el espíritu del mundo…”
Juan Pablo II, Homilía en la festividad de la
Presentación de Jesús en el Templo, 1981.
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