Cátedra de San Pedro - 22 de febrero
Redacción
Al visitar la basílica de San Pedro en Roma, muchos fieles se acercan a besar o tocar el pie derecho de una estatua de bronce, colocada junto al muro derecho de la nave central y que representa al primer Papa, sentado en la Cátedra, símbolo de su autoridad e infalibilidad.
No lejos de este lugar se encuentran las grutas de San Pedro y, en el subsuelo, el cementerio pagano con sus pasillos estrechos, en donde fue sepultado Pedro después de su martirio. Es posible que el mismo 22 de febrero sea el día de su entierro, ya que el 29 de junio es la fecha de la traslación de los cuerpos de San Pedro y San Pablo a las catacumbas de San Calixto el año 258, durante la persecución de Valeriano.
Cuando se depositaban los restos de un difunto, se acostumbraba celebrar una comida conmemorativa con una silla vacía que representaba la presencia espiritual del hermano que el Señor había llamado. ¿Es acaso el 22 de febrero el día que recuerda este rito, la presencia de la Cátedra y, después, la veneración de esta reliquia de aniversario?
También sabemos, por la historia, que los paganos de Roma celebraban precisamente el 22 de febrero, una conmemoración de difuntos, a la que se llamó “Parentalia”, porque tenían la costumbre de llevar pan a las tumbas de los parientes difuntos. Por ello es posible que los cristianos hayan colocado la fiesta de la Cátedra de San Pedro en esta fecha, para sustituir el rito pagano.
De todos modos, para nosotros este día se puede considerar una fiesta de gratitud de la Iglesia para el oficio del Papado, como servicio universal en cuanto a la verdad que Cristo nos reveló.
Delante del tribunal de Pilato, político escéptico y venal que no supo defender la verdad, Cristo declaró solemnemente: “Para esto he nacido yo y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad” (Jn 19, 37). Con su sacrificio, “el príncipe de este mundo” (Jn 12, 31), el “padre de la mentira”, fue arrojado fuera (Jn 8, 44), y desde entonces la Iglesia no cesa de dar testimonio de la verdad sobre Cristo, como Redentor del hombre, y sobre los derechos divinos y humanos, íntimamente vinculados a su Persona.
Precisamente por estos derechos los cristianos fueron llamados a juicio y, delante de estos tribunales paganos, rechazaron el culto idolátrico y murieron como testigos de Cristo, exactamente como la inmensa mayoría de los Papas romanos de los primeros siglos, quienes perseguidos de día y de noche no tenían ni tiempo de ocupar, en sentido material, su Cátedra legítima.
En nuestros días, el Papa “siervo de los servidores de Dios”, desde su Cátedra de Pastor Supremo se presenta ante todos los cristianos, -pero especialmente ante aquellos que son llevados a juicio y condenados por su religiosidad- como fundamento irrefutable de la verdad, contra la cual las fuerzas del infierno no prevalecerán.
Casi siempre se celebra esta fiesta cerca de la Cuaresma o en ese tiempo, por lo que es aconsejable rezar y meditar en ella la oración sacerdotal de Cristo del Jueves Santo; ciertamente el Señor pide para sus apóstoles la asistencia del Espíritu Santo, verdadera seguridad de la infalibilidad del Papa para cualquier época de la Iglesia.
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