Redacción
San Timoteo, obispo
Timoteo, hijo de padre griego y madre judía, se encontró por primera vez con San Pablo en Listra, que era su patria, cuando el apóstol regresaba del Concilio de Jerusalén y ardía en el deseo de evangelizar otros países y otros pueblos.
Pablo invita a Timoteo a acompañarlo, ya que los ancianos de la comunidad lo recomendaban. Timoteo, creyente y confiado, siguió a su maestro, dispuesto a soportar los sufrimientos de las peregrinaciones apostólicas. Pocos años antes, Pablo había sido apedreado en Listra. Por mucho tiempo estuvo cerca del Apóstol de los Gentiles, con él atravesó el Asia Menor, Macedonia y Grecia, fue testigo ocular y auricular de sus éxitos inconmesurables.
Cuidó y consoló al enfermo cuando éste sufrió amargas horas de decepción. Fungió como diácono, acompañante y secretario. Ya que Timoteo, mejor que cualquier otro, conocía los baluartes recién conquistados del cristianismo, Pablo lo mandaba con frecuencia a alguna comunidad amenazada o desunida, como por ejemplo a Tesalónica o a Corinto, para influir en ellas. Sin embargo, Pablo estaba intranquilo y preocupado hasta el regreso de Timoteo.
Cuando Pablo tuvo la certeza interna de que sus días estaban contados, se despidió de Timoteo, habiéndolo designado antes obispo de Efeso, la ciudad más amenazada del Asia Menor.
Ahora, aunque el mar y los muros de la prisión separaban a los inseparables misioneros, lo que ya no se pueden decir personalmente se lo comunican por carta. Las dos cartas escritas por Pablo a Timoteo en vista de la cercanía de su muerte, contienen sabiduría sublime: amonestaciones a la fidelidad, consejos para la Misa y los cargos eclesiales, prevenciones contra la heterodoxia. Nos conmueve y nos enternece profundamente ver cómo de repente, el viejo cariño atraviesa la trama sobria de las órdenes pastorales.
Pablo ordenó paternalmente a Timoteo cuidar más de su estómago sensible y tomar algo de vino en lugar de agua. En la segunda carta, ya próximo a su muerte, pidió e insistió al antiguo discípulo para que regresara cuanto antes a Roma, puesto que todos sus compañeros, fuera de Lucas, lo habían abandonado.
Seguramente Timoteo cumplió con el último deseo del gran apóstol, pero es dudoso que lo haya encontrado entre los vivos.
Con el martirio de Pablo acaban las noticias seguras sobre Timoteo. Sólo la leyenda informa que, por muchos años, al lado del Apóstol San Juan, presidió la Iglesia de Efeso y, al finalizar el siglo, fue asesinado por los partidarios del templo de Diana en una de sus manifestaciones.
Principio de la segunda carta del Apóstol San Pablo a Timoteo
“Pablo, apóstol de Jesucristo por voluntad de Dios, conforme a la promesa de vida que hay en Cristo Jesús, a Timoteo, hijo querido. Te deseo la gracia, la misericordia y la paz de Dios Padre y de Cristo Jesús, Señor nuestro.
Cuando de noche y de día te recuerdo en mis oraciones, le doy gracias a Dios, a quien sirvo con una conciencia pura, como lo aprendí de mis antepasados. Por eso te recomiendo que reavives el don de Dios que recibiste cuando te impuse las manos. Porque el Señor no nos ha dado un espíritu de temor, sino de fortaleza, de amor y de moderación. No te avergüences de mí, que estoy preso por su causa. Al contrario, comparte conmigo los sufrimientos por el Evangelio, sostenido por la fuerza de Dios…”
San Tito, obispo
Cuando en el año 49 San Pablo y Bernabé bajaron de Antioquía a Jerusalén, iba en su compañía un joven griego, al que Pablo llamaba “Querido hijo”. Con toda intención había llevado a ese joven en el viaje, ya que el mismo Pablo había arrebatado a Tito del paganismo y ahora quería presentarlo a los ancianos de Jerusalén, como ejemplo de un antiguo pagano, ya cristiano y fervoroso y de carácter firme.
A pesar de su juventud, la personalidad madura y noble de aquel griego convenció a los Apóstoles, puesto que también se podía llegar a ser cristiano perfecto sin cumplir con las prescripciones rituales de la circuncisión.
De esa manera, Tito entró a la historia de la Iglesia primitiva en uno de los momentos más peligrosos. Desde que estuvieron juntos en Jerusalén, quedó más cercano al corazón del gran maestro de los pueblos y lo acompañó como colaborador en sus viajes. Así, desde muy cerca, fue testigo de los inmensos éxitos de predicación y también de los sufrimientos de su maestro. Comprobó cuánto había aprendido en la escuela de Pablo, quien lo envió a Corinto; no podía haberle encomendado una tarea más ardua.
Corinto, la gran ciudad de medio millón de habitantes, siempre había sido un campo difícil para la evangelización por sus divisiones y partidos. Tito debía restablecer la paz y afirmar la fe verdadera.
Con intranquilidad, San Pablo esperó el regreso de su discípulo y fue a su encuentro hasta Macedonia. Qué alivio par él cuando Tito, esperado por largo tiempo, le dio la buena nueva de que los corintios habían vuelto a la unidad de la fe y de “la fracción del pan”. La pacificación fue un triunfo personal de Tito por su modo tranquilo y firme.
Pablo mandó a Tito otra vez a Corinto para entregar una carta, y, a la vez, con el fin de dirigir la colecta de la limosna para la empobrecida comunidad de Jerusalén.
Como buen estratega, que coloca a sus mejores capitanes en los puntos más amenazados, después de su primera prisión en Roma dejó a Tito en Creta y lo consagró como primer obispo de la isla. En aquel entonces se decía de los cretenses que eran “mentirosos y malas bestias, glotones y perezosos”.
Era un duro trabajo establecer el Reino de Dios entre tal gente. Pero San Pablo confiaba enteramente en Tito; si alguien pudiera cumplir con esa dura tarea sería él. Del tesoro de sus experiencias le escribió una carta, recomendándole detalladamente el cumplimiento de su misión. El anhelo de volver a verlo no lo dejaba en paz, e invitó a Tito a pasar con él el invierno en Nicópolis.
Sin duda Tito no escatimó esfuerzos para visitarlo en Roma, donde el apóstol, preso, veía acercarse su inmolación. Allí también recibió el último legado del consagrado a la muerte: Pablo lo envió a Dalmacia para fundar las primeras células del cristianismo. La historia calla la fecha de regreso de Tito a Creta y de su muerte en esa isla.
Carta de San Pablo a Tito, 2, 11-15.
“Porque se ha manifestado la gracia salutífera de Dios a todos los hombres, enseñándonos a negar la impiedad y los deseos del mundo, para que vivamos sobria, justa y piadosamente en este siglo, con la bienaventurada esperanza en la venida gloriosa del gran Dios y Salvador nuestro, Cristo Jesús, que se entregó por nosotros para rescatarnos de toda iniquidad y adquirirse un pueblo propio, celador de obras buenas. He aquí lo que has de decir, exhortando y reprimiendo con todo imperio; que nadie te desprecie…”
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