Redacción
Desde niño, Juan Bosco rompió moldes en la santidad. Una verdadera personalidad que demuestra que la gracia de Dios no disminuye ni obstruye la naturaleza, sino al contrario, la levanta y perfecciona.
Juanito, siendo un niño de muy escasos recursos, aceptaba cualquier trabajo humilde para pagar sus estudios; pero nunca pensó sólo en su carrera, sino que siempre estaba dispuesto a ayudar a los demás, sobre todo a los muchachos que andaban abandonados en la calle. Por ellos y para ellos cantaba, jugaba, aprendía trucos de prestidigitación y con frecuencia los invitaba al templo parroquial, para rezar todos juntos.
A los 20 años de edad entró en el Seminario de Chieri, y fue ordenado sacerdote en 1841. Desde el principio de su trabajo sacerdotal buscó a los marginados, presos, enfermos, soldados y en particular a los muchachos abandonados de Turín. Su principio espiritual era: “El demonio nunca descansa para hacer daño a las almas; por eso tampoco yo puedo descansar en mi obra de salvación.”
Su método era: a través de la confianza, establecer un orden libremente aceptado por los muchachos, evitarles las ocasiones y las compañías malas, creando alrededor de ellos un ambiente de sana alegría.
Los muchachos aceptaron al padre y su regla de vida y lo amaron con verdadera gratitud. Sin medios económicos, Juan Bosco consiguió levantar oratorios festivos, hospicios, talleres y la construcción de un templo en honor de la Santísima Virgen.
Al principio no se le comprendió en su apostolado, al grado de que algunos prelados de Turín trataron de llevarlo en una carroza hasta el manicomio, pero el ingenio de nuestro santo logró dar una buena lección a aquellos eclesiásticos, puesto que escapó de la carroza, que llegó al manicomio sin él. Jamás dudaron, en adelante, de la integridad de sus cualidades mentales.
Finalmente, la idea de fundar una Congregación para el cuidado espiritual y material de los muchachos fue aceptada por el Papa Pío IX, en 1858.
Por la prudente dirección de San Juan Bosco las escuelas y seminarios obtuvieron tanto éxito que, durante la vida del santo, surgieron unas 2,500 vocaciones sacerdotales y la fundación de la Congregación “Hijas de María Auxiliadora”. También promovió las vocaciones tardías para el sacerdocio en el mundo obrero.
En el conflicto entre Estado e Iglesia, nuestro santo atacó con valor la intención de la masonería de suprimir toda obra educativa católica y excluir a la Iglesia de la vida pública de la nación. El santo enseñó que esa actitud discriminatoria era una clara violación de los derechos divinos y humanos. Hasta los ateos lo respetaron por su sinceridad, por su entrega noble a la causa de los más pobres y por su pobreza personal. Así pudo, por algunos años, actuar como intermediario confidencial entre Gobierno e Iglesia.
Murió el 31 de enero de 1888 y con él se cumplió lo que él mismo había previsto: “Quien muere en el campo de trabajo, atrae cien más que lo reemplacen.”
En el año de la muerte del fundador, los salesianos contaban ya con doscientas casas religiosas, en las cuales atendían a un total de 2,000 alumnos.
“¿Qué significa ser una gran educador? Significa, ante todo, ser un hombre que “comprende” a los jóvenes. Y, en efecto, sabemos que Don Bosco tenía una especial intuición del alma juvenil; siempre se hallaba dispuesto y atento para escuchar y comprender a los numerosos jóvenes que acudían a él en el centro juvenil de Valdocco y en el santuario de María Auxiliadora. Pero hay que añadir enseguida, que el motivo de esta peculiar profundidad en “comprender” a los jóvenes fue que los “amaba” no menos profundamente. Comprender y amar: he aquí la insuperable fórmula pedagógica de Don Bosco.”
Juan Pablo II, Discurso a los jóvenes de Turín, 13 de abril de 1980.
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