E
n la década de 1990, el término feminicidio cobró carta de naturalidad en el vocabulario mexicano para designar el acto homicida motivado por el odio machista, a medida que se cometían asesinatos de mujeres jóvenes –niñas, varias de ellas– en Ciudad Juárez, Chihuahua. Además de la saña de los asesinos y del componente de agresión sexual que los acompañaba, estos crímenes tuvieron un doloroso rasgo en común para los familiares y otros seres queridos de las víctimas: la impunidad.
Esta combinación de violencia sexista e indolencia de las autoridades nunca fue erradicada, se potenció con la crisis de inseguridad que desató en todo el territorio nacional la guerra contra el narcotráfico
del entonces presidente Felipe Calderón, y desde la llegada de Javier Corral al gobierno del estado de Chihuahua ha experimentado un recrudecimiento que alcanza ya niveles de barbarie: de 2017 a 2018 la cantidad de feminicidios en la entidad se disparó en 500 por ciento, al pasar de ocho a 48 casos en un solo año. Al considerar el conjunto de los asesinatos contra mujeres (tanto los que fueron clasificados como violencia de género como los que no) el panorama resulta incluso más alarmante: de 57 víctimas en 2016, se pasó a 96 en 2017; 105, en 2018, y 276 en 2019. Con 172 de los 276 episodios registrados el último año, Ciudad Juárez es el epicentro de la catástrofe, pues no sólo concentra 60 por ciento de los crímenes de la entidad, sino que en 2019 tuvo un incremento de la misma magnitud en el número de casos.
Está claro que la sucesión de las cifras no alcanza a dar cuenta de la tragedia que supone cada una de estas muertes. Apenas el sábado, la comunidad juarense fue cimbrada por un crimen particularmente atroz, por haberse perpetrado contra una mujer dedicada a denunciar y combatir la violencia machista, así como a exigir a las autoridades cumplir con su mandato de proteger la integridad de las mujeres. El asesinato de la activista y artista Isabel Cabanillas, integrante del grupo Hijas de su Maquilera Madre, supone un golpe contra toda toda la sociedad juarense –y mexicana–, pero en especial contra las organizaciones creadas por las mujeres del municipio fronterizo para encarar la violencia de la que han sido víctimas, darse el acompañamiento emocional que se vuelve indispensable ante el estado de permanente amenaza en el que viven, protegerse mutuamente e incluso realizar las labores de procuración de justicia de las que las autoridades se han desentendido de manera sistemática.
A punto de terminar 2019, en este espacio se dio cuenta de que ese año fue el más letal para las mujeres mexicanas en lo que va del siglo, con 10 asesinadas cada día; y se hicieron votos para que 2020 marcara el lanzamiento de una estrategia integral que finalmente detenga la asfixiante situación de violencia de género. La muerte de Isabel Cabanillas es una perentoria advertencia para que las autoridades pongan manos a la obra, sin dilación ni pretextos, pues cada día que pasa puede ser el último para mujeres y niñas.
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