Redacción
Esta fiesta tiene su origen en el siglo X, cuando existía la costumbre de distribuir, desde la tumba de San Pablo, supuestas reliquias, como parte de sus vestidos o eslabones de las cadenas con las cuales, se creía, había sido atado el apóstol. La fiesta se llamó, por esta razón, traslación de recuerdos de la tumba de San Pablo.
Naturalmente, la Iglesia reprobó esta costumbre y subrayó la importancia de la imitación espiritual de San Pablo. Por eso se le llamó después la fiesta de la “Conversión de San Pablo”, para recordar aquel acontecimiento, el más importante en la Iglesia primitiva, que el mismo Pablo narra dos veces en los Hechos de los Apóstoles: cuando lo detuvieron en Jerusalén y dos años más tarde, cuando fue presentado, como prisionero, ante el procurador Festo, el rey Agripa y su esposa Berenice (Hc 22, 3-21; 26, 4-23).
El evangelista San Lucas dedica casi la mitad del libro de los Hechos de los Apóstoles al apostolado de San Pablo. También en las cartas de los Apóstoles, se hace mención expresa de la aparición de Cristo resucitado al fariseo Saulo y su conversión total, por la gracia del Señor.
Para Saulo este encuentro con Cristo tuvo dos consecuencias decisivas: primeramente, abandonarlo todo por amor a Cristo. Saulo abandonó a su familia, renunció a su orgullo de raza, a su carrera profesional, a sus aspiraciones, a su fanatismo farisaico, a sus amigos y parientes judíos. Todo esto, comparado con Cristo, lo consideró como basura.
En cambio con su conversión lo ganó todo: ganó una verdadera vida por su incorporación en Cristo, creyendo en Él y pidiendo el Bautismo; ganó una nueva visión del Cristo místico que vive en cada uno de los hermanos bautizados. Esta conversión fue, en verdad, un triunfo del Señor resucitado, ya que, por su gracia, en un momento cambió la vida de Saulo para que fuera, en adelante, magnífico instrumento en la evangelización de la Iglesia primitiva.
San Pablo confiesa en todas sus predicaciones, mensajes y escritos, que esta conversión radical fue un fruto de la gracia, fruto que acaso otros hombres consiguen sólo después de un largo proceso de años o de toda una vida. En Pablo irrumpió el poder del Resucitado en un solo momento y los hizo confesar: “En un solo espíritu hemos sido bautizados para no formar más que un cuerpo, judíos y griegos, esclavos y libres” (1Cor 12,13).
El “Apóstol de los Gentiles” reconoce que no hay salvación ni justificación por la ley mosaica ni por ninguna otra tradición o institución humana, sino sólo por la nueva vida de Cristo; pero este Señor crucificado y resucitado no sólo debe vivir y reinar dentro de nosotros, sino en la Iglesia, la cual, por lo tanto, debe ser misionera y; con celo infatigable, trabajar en la evangelización de todos los hombres y pueblos.
Del 18 al 25 de enero, los bautizados de todo el mundo celebran una Octava de unidad en recuerdo de San Pablo y piden a Dios el don de la unificación de todos los cristianos.
Si reflexionamos cómo Cristo pudo edificar su Iglesia en el Mediterráneo por los esfuerzos, los sufrimientos y el martirio de un solo hombre profundamente convertido, no debemos ser pesimistas; también en el mundo de hoy, el Señor de todos los bautizados y no bautizados sabrá intervenir en la historia para la edificación de su Cuerpo místico; con tal que cada uno de nosotros busque encontrar su misión específica, y convertirse, como Pablo, en instrumento de elección para llevar a Cristo al mundo de hoy y, consecuentemente, para padecer por Cristo lo que sea necesario.
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