Redacción
Exhortación del Episcopado Mexicano: La presencia de Santa María de Guadalupe y el compromiso evangelizador de nuestra fe. (Síntesis).
“…El “hecho guadalupano”, de acuerdo a las tradiciones y testimonios que han llegado hasta nosotros, significa las apariciones de la Virgen al indígena Juan Diego, el mensaje que envió a todos los habitantes de esta tierra, y la imagen que nos dejó como signo y testimonio. En esto se apoya la fervorosa devoción de México a Santa María de Guadalupe; devoción que venera a la Virgen, en su imagen del Tepeyac, como a la siempre Virgen María, Madre de Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre, y Madre nuestra también.
Presentación
Como en las narraciones bíblicas, aquí también la “Señora” hace su presentación: “Yo soy la siempre Virgen Santa María, Madre del verdadero Dios….” Esto es lo que María declaró sobre su persona para darse a conocer. Cada una de estas palabras tenía un gran sentido para Juan Diego que, con los datos y verdades de la fe cristiana que había recibido en la “doctrina” de los misioneros, podía entender sin dificultad quién era la Señora que le hablaba.
Objetivo
Enterado Juan Diego por esta presentación, y convencido de que se trataba de la Virgen Santísima, prestó toda su atención al mensaje que le comunicaba: “Deseo vivamente que se me erija aquí un templo, para en él mostrar y dar todo mi amor… pues yo soy vuestra piadosa Madre”.
“Soy vuestra piadosa Madre”
Tanto las palabras de María, como su actitud y sus acciones en todo el relato, destacan este hecho o verdad, el cual pone a la Virgen como centro de su mensaje y base de la benéfica intervención que va a desarrollar en su acción evangelizadora.
Necesitábamos un templo, no para que María se acercara a nosotros, sino para acercarnos nosotros a ella, a fin de mantener viva nuestra fe, esencialmente comunitaria; para tener un lugar de reunión con Dios y con la comunidad; para rezar y alabar juntos al Señor; para recogernos en nuestro interior y sentir su acción providente; para formar una comunidad viva por la Palabra y la Eucaristía.
Templo espiritual
La Virgen, sin duda alguna, no quería solamente mostrarse como piadosa Madre remediando las miserias materiales y los dolores del cuerpo; ni quería tan sólo un templo material donde se conservara su imagen. Era Madre en el orden de la gracia, y ante todo su intención era la de aliviar las miserias espirituales y las penas del alma; era la de borrar de nuestro corazón el culto a las pasiones y la esclavitud del egoísmo y la ambición, con sus verdaderos y crudelísimos sacrificios humanos; que se acabaran las luchas, el dominio y la explotación entre los hombres. Quería un templo espiritual en el corazón de cada uno de los habitantes de esta tierra; quería que, animados por la fe y el amor, todos, indígenas y españoles, vencedores y vencidos, vivieran en paz y en justicia y, uniendo sus vidas, culturas y esfuerzos, construyeran una verdadera comunidad humana, eclesial y nacional…
Signo permanente
Toda la intención y el sentido de las palabras y del proceder de María quedaron expresados en su bendita imagen, signo especialísimo del mensaje y de la acción evangelizadora de María.
En la presencia de la imagen que perdura a pesar de los obstáculos y agentes destructores, se simboliza su continua intervención que evangeliza al pueblo, robustece su fe y anima su piedad. En la apariencia mestiza, la Virgen expresa su intención de unir las dos razas y culturas. María ha presidido los acontecimientos históricos y remediado las grandes calamidades.
La Virgen congrega en torno suyo a los “moradores de esta tierra y a los demás amadores suyos” que, olvidándose de odios y venganzas y superadas las miserias y opresiones, se sienten unidos en mutua e íntima comprensión.
Sin embargo, todos tenemos un pequeño círculo en el que nos movemos nuestro pequeño mundo de la familia, los amigos, los compañeros de trabajo; un mundo en el que, aunque no lo pretendamos, damos continuamente testimonio bueno o malo con el ejemplo de nuestra conducta, con nuestras palabras y decisiones. En este pequeño mundo sí podemos influir de tal manera que desaparezcan de él el egoísmo y la injusticia y reinen la paz y la hermandad cristianas.
Transformar y cristianizar nuestro pequeño mundo con nuestra influencia personal, no sólo cae dentro de nuestras posibilidades, sino que es parte del compromiso ineludible de nuestra fe que todos los cristianos contrajimos en el bautismo. “No digas: no puedo influir en los demás, porque si eres cristiano es imposible que eso suceda; es más fácil que el sol no brille ni caliente, que el cristiano no brille” (San Juan Crisóstomo)”.
Los fieles laicos de ningún modo pueden abdicar de la participación en la política
“Los fieles laicos participan en la función profética, sacerdotal y real de Cristo, (cfr. Lumen gentium, 31) pero realizan esta vocación en las condiciones ordinarias de la vida cotidiana. Su campo natural e inmediato de acción se extiende a todos los ambientes de la convivencia humana y a todo lo que forma parte de la cultura en su sentido más amplio y pleno. Como escribí en la exhortación apostólica Christifideles laici: “para animar cristianamente el orden temporal –en el sentido señalado de servir a la persona y a la sociedad—los fieles laicos de ningún modo pueden abdicar de la participación de la política”.
Juan Pablo II, Homilía durante la Misa celebrada en la basílica de Guadalupe, 6 de mayo de 1990.
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