Redacción
Existe una comunidad de religiosos educadores que tienen como santo protector a San Viator, y les dan el nombre de este santo a sus colegios.
Cuando era niño su madre lo presentó al obispo San Justo y le pidió que los instruyera en la religión. El anciano obispo se dio cuenta de que este jovencito poseía grandes cualidades para la vida espiritual y se dedicó con todo esmero a prepararlo para el sacerdocio. Le dio las técnicas para dar bien las clases de catecismo, y pronto ya Viator era un excelente catequista. Su mayor placer lo encontraba en dedicar horas y horas a enseñar el catecismo a los niños.
Aprendió muy bien el arte de escribir en bellas letras y así llegó a hacer copias de la Santa Biblia y de otros libros religiosos, para uso del templo.
A San Viator lo pintan junto con San Justo deteniendo a una multitud que quiere linchar a un pobre hombre que sufrió un ataque de locura. El fugitivo se refugió en el templo y Viator y su obispo lo defendieron de los furiosos que deseaban acabar con su vida.
El obispo San Justo deseaba dedicarse por completo a la vida de oración y penitencia y dejando la bella ciudad de Lyon se fue para el terrible desierto de Egipto a vivir con los demás monjes, ayunando, meditando y haciendo penitencia. Y aunque el obispo se fue a escondidas sin avisar a nadie, sin embargo Viator, su secretario, se dio cuenta y lo alcanzó por el camino y obtuvo que los dejara irse con él a dedicarse a orar, meditar y hacer penitencia.
Se propusieron no decir quiénes eran, y así en el monasterio del desierto los trataron como dos extraños ordinarios. Los monjes los hicieron esperar siete días en las afueras del convento aguantando hambre y sed a intemperie, para ver si eran capaces de resistir la vida tan dura de los religiosos del desierto.
Luego, viendo que sí tenían la suficiente santidad y el debido aguante, los admitieron allí. A cada uno lo mandaron a una celda separada y allí se dedicaron a pasar largas horas dedicados a leer, meditar, rezar y trabajar. El obispo Justo tejía canastos y el joven Viator se dedicaba a copiar con su hermosa letra los Libros Sagrados para que leyeran los monjes.
Después de que llevaban muchos años allí como dos desconocidos, un día llegaron unos cristianos de Lyon a pedir ser admitidos como monjes y al ver allí a San Justo y a San Viator exclamaron: “Pero si estos son nuestro obispo y su secretario”. Los monjes se admiraron de que estos dos hombres tan importantes hubieran pasado allí tanto tiempo, desconocidos, haciendo penitencia como unos pobres pecadores.
Llegó una comisión de Lyon a llevarse a la ciudad a los santos monjes, pero San Justo y San Viator les hablaron tan hermosamente de lo provechosa que es la vida de oración y meditación de un monasterio, que los que habían llegado a llevárselos para la ciudad se quedaron allí de religiosos en el monasterio.
En diciembre del año 390 el anciano San Justo se sintió morir y al ver que su fiel discípulo lloraba tan amargamente le dijo:
Los dos hemos luchado juntos en esta vida por agradar al Señor Dios, los dos iremos también en compañía a su reino celestial”.Y murió en santa paz. A los siete días murió también el joven Viator, y se fue a acompañar para siempre a su santo obispo en el cielo.
Viator y Justo: compañeros inseparables en vida y en muerte, no dejen ni un solo día de rogar por nosotros para que vayamos también con todos nuestros familiares y amigos a acompañarlos en la gloria eterna para siempre.
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