Redacción
En la Roma de nuestros días existen dos monumentos que recuerdan al Papa Dámaso, a quien probablemente debemos, junto con el obispo San Ambrosio, el Canon romano de la Santa Misa.
El primer monumento es la iglesia de San Lorenzo, construida por San Dámaso, donde se encuentra la rumba del Papa. El segundo, más conocido, es el patio de San Dámaso dentro del Vaticano.
Nuestro santo logró, como diácono, mucha experiencia al servir fielmente al Papa Liberio (352-366), a quien acompañó hasta su destierro. Después de la muerte del Papa Liberio, una gran mayoría votó por Dámaso como nuevo Papa, pero hubo minoría que escogió como antipapa a Ursino.
Aclaradas las falsedades de las acusaciones maliciosas contra Dámaso, pronto pudo llegar éste al papado. Desde entonces el título de “Pontifex Maximus”, que habían llevado los emperadores paganos, se atribuyó al Papa de la Iglesia universal.Uno de sus méritos más sobresalientes fue haber aclarado el dogma trinitario y haber formulado el Credo de la Misa. Respaldado por el Papa Dámaso, el Concilio de Constantinopla, en 381, formuló la doctrina católica contra la herejía de los arrianos.
En Roma el cristianismo fue declarado religión oficial y el latín lengua litúrgica de la Iglesia. El Papa nombró a San Jerónimo su secretario y le encargó la revisión de la Biblia y su traducción del griego y arameo al latín. Esta traducción oficial se llama “Vulgata”. Fue formulado también el “Canon” de los libros de la Biblia, es decir, una declaración sobre cuáles libros son auténticamente parte de las Sagradas Escrituras y cuáles no.
San Dámaso tiene el gran mérito de haber excavado e investigado las catacumbas y las tumbas de los mártires. Hizo abrir las fosillas subterráneas, en gran parte ya hundidas y tapadas. Famosos fueron los epitafios o epigramas damasianos, inscripciones transcritas generalmente sobre placas de mármol, en honor de los mártires romanos.
Sobre las tumbas más famosas mandó construir iglesias en memoria de los mártires. Para su propia tumba el Papa, tan culto y respetuoso, compuso el siguiente epitafio:
“El que caminando sobre el algo pudo calmar las olas; el que infundió vida a la semilla, muriéndose en la tierra; el que pudo romper la cadena de la muerte y, después de tinieblas, llevó otra vez a la luz del mundo al hermano para su hermana Marta; éste mismo levantará del polvo a la vida eterna también a Dámaso”.
San Dámaso promovió el culto a los mártires
“Mi venerado predecesor Pío XI, cuando fundó el Pontificio Instituto de Arqueología Cristiana, le asignó por patrono y protector especial a San Dámaso, como quien se halla en la cima del campo de vuestras investigaciones; y al cabo de dieciséis siglos, sin perder nada de su luminosidad, sigue ejerciendo influencia en la Iglesia contemporánea.
…Dedicó empeño constante a valorizar las tumbas de los hermanos conocidos e ignotos que habían derramado generosamente la sangre de Cristo, a fin de evitar que cayera sobre ellos el polvo del olvido o la indiferencia; además, dio a conocer la personalidad de éstos con breves noticias históricas redactadas por él mismo en forma de versos que se grababan en mármol para perenne recuerdo…
Para promover el culto a los mártires e incrementar la devoción de los fieles, la actividad damasiana se desenvolvía en una línea de programa sistemático. Así adquirieron las catacumbas una fuerza de atracción que todavía ejercen, pues el visitante tiene la impresión de sumergirse en lo auténtico y vivo de los orígenes de la fe.
Con el mismo objeto, San Dámaso dio impulso vigoroso a la sagrada liturgia. Con él se adoptó el latín como lengua litúrgica de la Iglesia de Roma y se compuso el canon romano; con las oportunas adaptaciones sugeridas a los largo de los siglos, éste sigue siendo aún hoy la primera oración eucarística de la reforma litúrgica que impulsó el Vaticano II”.
Juan Pablo II, Alocución al Congreso de Arqueología Cristiana celebrada con ocasión del XVI centenario de la muerte de San Dámaso, 10-XII-1984 (extracto).
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