Redacción
El joven Ambrosio creció junto con su hermano en Puerta Negra (Tréveris), testimonio orgulloso del imperio romano a orillas del río Mosela, en Alemania, ya que su padre era administrador del emperador en las provincias romanas del norte y del oeste.
Estudió derecho y el arte de la oratoria. Ambrosio se destacó tanto como miembro de un juzgado romano, que el emperador Valentino I lo nombró administrador de toda la Liguria y Emilia, en el año 373, cuando contaba 40 años de edad.
En la ciudad de Milán, que a partir de entonces fue su residencia oficial, se encontró con una situación embarazosa: la enemistad entre arrianos y católicos perturbaba toda la vida pública. Ambos partidos querían obtener su favor, pero él desempeñó su función de tal forma que practicaba la más estricta justicia para con todos, lo cual desembocó en algo muy singular:
Al transcurrir un año tanto los católicos como los arrianos lo veneraban y admiraban en la misma medida a él, seglar, que se había alejado de toda rencilla religiosa y que ni siquiera estaba bautizado, aunque vivía y obraba como cristiano.Sin embargo, la muerte del obispo Auxencio, a fines del año 374, rompió con la tregua instituida. En la elección del sucesor se llegó a un escándalo y a amenazas abiertas entre los obispos, a tal grado que Ambrosio tuvo que llamar a los militares para separar a los disputantes.
Dentro del repentino silencio se oyó una vocecita clara que decía: "Ambrosio deberá ser nuestro obispo."
Se produjo un alboroto de felicidad y miles de personas repetían la misma solución. Tanto los católicos como los arrianos olvidaron sus odios al sonido de este nombre, y de nada le sirvió al elegido rechazar tal elección ni hacer el repetido intento de escapar.
El pueblo sitió su palacio hasta que les dio el “sí”. El 30 de noviembre de 374 un obispo católico lo bautizó, y poco tiempo después fue ordenado sacerdote y consagrado obispo.
Su primera acción como obispo caracterizó el desempeño de su cargo: regaló su gran fortuna a la Iglesia para beneficio de los pobres y llevó una vida de pobreza apostólica y de continuo ayuno. Fiel a sus obligaciones hasta lo último, dividía el día y gran parte de la noche entre trabajo, estudio y oración.
Los conocimientos teológicos, que aún le faltaban cuando recibió la ordenación, los adquirió rápidamente con afán y dedicación incansables. Todos los domingos subía al púlpito y se dirigía a la multitud, que seguía con mucha atención y casi sin respirar el torrente de palabras del obispo. Cierto día se encontraba entre los oyentes Agustín. Al lograr la conversión de aquel africano, Ambrosio hizo un gran servicio a la Iglesia.
En cuanto cruzaba la calle, los mendigos, los pobres y los inválidos lo rodeaban como sus guardianes. Tenían el primer derecho sobre su protector. Sufrió profundamente al enterarse que el emperador cristiano Teodosio I, para reprimir una revuelta, mandó sacrificar en el circo de Tesalónica a 7,000 personas, sin distinción de sexo ni edad.
En una carta manuscrita invitó al emperador al arrepentimiento público, y no mantuvo relaciones eclesiásticas con él hasta que Teodosio reconoció su pecado y se arrepintió públicamente de su infame acción.
Como pastor de todos, Ambrosio acompañó al mismo emperador en su lecho de muerte y rezó una oración fúnebre ante su tumba.
Dos años más tarde, el Sábado Santo del año 397, entregó Ambrosio su alma al Señor. Su cuerpo fue expuesto en la basílica de Milán, donde actualmente reposa, y los catecúmenos recibieron el sacramento del Bautismo ante el cuerpo del obispo difunto.
Ambrosio consiguió que el culto oficial a los dioses, romanos fuera finalmente abolido, que el altar de la diosa Victoria desapareciera del salón del Senado de Roma y que el emperador reinante reconociera mediante una ley, emitida en el 380, el Credo ecuménico de Nicea.
La Iglesia lo conmemora el 7 de diciembre, porque en esa fecha recibió su consagración episcopal.
! Qué valor debe tener el hombre a los ojos del Creador, si ha “merecido tener tan grande Redentor”, si “Dios ha dado a su Hijo”, a fin de que él, el hombre, “no muera sino que tenga la vida eterna”.
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