Redacción
La fiesta de hoy tiene su fundamento bíblico en Sn Mt 2, 16-17, en donde leemos cómo Herodes, el primer dictador que pretendió destruir a Cristo, mandó matar a todos los niños de Belén y de toda la comarca, de dos años para abajo.
Al ser presentado Jesús en el templo, el anciano Simeón, iluminado por el Espíritu Santo, predijo a María:
Este Niño está puesto para caída y elevación de muchos en Israel y para ser señal de contradicción”.El sagrado texto de la Biblia no nos quiere presentar los detalles históricos de esta cruel carnicería, sino más bien subraya el mensaje cristológico del acontecimiento, haciendo hincapié en que este Niño que nació en Belén y fue presentado en el templo es el verdadero Dios, gloria del pueblo de Israel, luz de todas las naciones, príncipe de la paz.
Ahora bien, el poder de las tinieblas no lo admitía y quería destruirlo a toda costa, lanzando sus seguidores contra él.
En el Antiguo Testamento vemos en la persona del faraón egipcio, quien se ensaña contra los niños israelitas, una figura de este poder del mal, al que molesta la cercanía de un Dios visible. Con toda razón el anciano Simeón afirmó que, desde el momento en que el Verbo de Dios se hizo hombre, todo ser humano tiene que tomar una bandera, decidirse. Nadie puede permanecer neutral. Herodes tomó su bandera y se lanzó contra Cristo, sin importarle las vidas de unos niños indefensos.
Este furor continúa a lo largo de la Historia de la salvación, como nos enseña el libro del Apocalipsis. Aún en nuestros días este furor se manifiesta facilitando y promoviendo el aborto legalizado.
Claramente dijo Cristo que todo el bien y todo el mal que se haga a un niño, se considera hecho a la misma persona del Hijo de Dios.
La fiesta litúrgica de los Santos Inocentes se conoce desde el siglo V. Por la reforma del Concilio Vaticano II se cambió el anterior color morado de la fiesta por el rojo, el color de los mártires y del triunfo de Cristo Rey.
Herodes no pudo asesinar al Hijo de Dios. Con la matanza de los niños inocentes empezó a crecer el gigantesco árbol del Reino de Dios, alimentado con la sangre de aquellos pequeñitos: claro indicio de que las puertas del infierno no iban a prevalecer contra el Reino ni a transformar los planes de salvación de Dios.
La figura de la gloriosa mujer con su hijo, descrita en el Apocalipsis como vencedora del dragón, es un anuncio de la definitiva victoria de Cristo sobre el poder de las tinieblas.
“La Iglesia cree firmemente que la vida humana, aunque débil y enferma, es siempre un don espléndido del Dios de la bondad. Contra el pesimismo y el egoísmo, que ofuscan el mundo, la Iglesia está a favor de la vida; y en cada vida humana sabe descubrir el esplendor de aquel “Sí”, de aquel “Amén” que es Cristo mismo. Al “no” que invade y aflige al mundo, contrapone este “sí” viviente, defendiendo de este modo al hombre y al mundo de cuantos asechan y rebajan la vida.
La Iglesia está llamada a manifestar nuevamente a todos, con un convencimiento más claro y firme, su voluntad contra toda insidia la vida humana, en cualquier condición o fase de desarrollo en que se encuentre.
Por esto la Iglesia condena, como ofensa grave a la dignidad humana y a la justicia, todas aquellas actividades de los gobiernos y de otras autoridades públicas que tratan de limitar de cualquier modo la libertad de los esposos en la decisión sobre los hijos. Por consiguiente, hay que condenar totalmente y rechazar con energía cualquier violencia ejercida por tales autoridades, a favor del anticoncepcionismo e incluso de la esterilización y del aborto procurado”.
F. C., n. 30.
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