Redacción
Dogma de fe (8 de diciembre de 1854)
En la segunda lectura de esta fiesta, San Pablo explica a los efesios que Dios nos eligió en Cristo antes de crear el mundo. Esta amorosa elección se refiere, de manera especial, a la mujer que iba a ser la Madre del Verbo Divino.
Desde el primer momento de su existencia en el seno de su madre, Ana, ya estaba designada por Dios como la “segunda Eva”, que por los méritos de su propio Hijo debía vencer totalmente a la serpiente y, junto con Cristo, el “segundo Adán”, preparar la victoria definitiva sobre todas las fuerzas que habían pervertido y manchado la creación de Dios.
Lo que se preanunció en el “Protoevangelio” (Gén 3, 15) como la victoria de María sobre el pecado original, el ángel lo señalaba en el nuevo Testamento con un sentido totalmente positivo, con las palabras: María, llena de gracia.
Durante los primeros concilios de la Iglesia, la teología católica definió claramente la relación existente entre la divinidad y la humanidad de Cristo, y de ahí, lógicamente, se derivó la importancia de la mujer que participó en la encarnación del Hijo de Dios.
Desde aquel tiempo, la Iglesia ortodoxa canta en su liturgia, aún sin haber definido un dogma: Dios te salve, María, fuerte inexpugnable del cual nunca tomó posesión el pecado.
Los teólogos de Occidente, en un principio, opinaron que María recibió a la hora del anuncio del ángel la plenitud de los dones del Espíritu Santo. En el año 1439, el Concilio de Basilea publicó una resolución unánime a favor de la Inmaculada Concepción. Sin embargo, hasta el año de 1854 el Papa Pío IX formuló como “dogma católico” lo que la Iglesia siempre había adivinado como disposición divina:
María tiene la belleza fundamental de la imagen de Dios que nunca se manchó. María es la primera creatura redimida por su divino Hijo.Esta gracia especial le fue concedida en previsión de los infinitos méritos de Cristo, de su Pasión y de su Muerte. Dios preparó, en forma digna y adecuada a su majestad y santidad, la habitación inmaculada para el desarrollo humano de Cristo, regalando a María como gracia todas las especiales prerrogativas que ella misma alaba, humildemente, en su cántico del “Magnificat”.
“Concepción inmaculada” es infinitamente más que un proceso y una disposición biológica y orgánica. Es el concepto divino y eterno de una humanidad nueva, que en la persona de María ofrece a Dios el “sí” nupcial de absoluta fidelidad.
Toda gracia y prerrogativa también tiene en el plan divino una misión. El saludo "El Señor está contigo", no sólo se refiere a la dignidad de María como Madre de Dios, sino también a su futura misión como “Madre de la Iglesia” y “signo celestial” en la lucha con la serpiente.
En el siglo XIX los falsos profetas del materialismo, de la masonería, del capitalismo ateo, y más tarde del comunismo y nazismo, quisieron crear un “nuevo hombre” y “una nueva sociedad” sin Dios. En este mundo sin Dios el ser humano ha sido esclavizado y degradado en una forma inaudita. En señal de “autonomía”, el hombre levanta el puño y organiza la construcción de una nueva torre de Babel.
María es la verdadera imagen del “hombre nuevo” que levanta las manos en actitud humilde de adoración. EL hombre nuevo “mariano” considera como esencial en su vida abrirse a la voz de Dios en el silencio, concebir la vida de Cristo en su alma y ayudar a los hermanos para que esa misma vida se desarrolle en ellos.
Tierra de María
"América Latina se ha convertido en la tierra de la nueva visitación. Porque sus habitantes han acogido a Cristo, traído en cierto sentido en el seno de María, cuyo nombre llevaba ya una de las tres carabelas de Colón. Y se han unido de modo particular a Cristo mediante María. Por ello este continente hasta hoy testigo de una particular presencia de la Madre de Dios en el misterio de Cristo y de la Iglesia (cfr. Lumen gentium, VIII, nn. 52-65). Aun externamente, las tierras de la nueva evangelización denotan esa presencia singular de María, con sus cerca de dos mil nombres de ciudades, villas y lugares referidos a los misterios y advocaciones de la Virgen Santísima".
San Juan Pablo II, Homilía durante la Misa en el hipódromo de Santo domingo, 11 de octubre de 1984.
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