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a llegada del fundamentalismo de mercado a la cúspide del poder público en México vino acompañada por el meteórico ascenso de los egresados del Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM) como funcionarios de alto rango: de ocupar apenas 0.6 por ciento de los primeros puestos del gabinete de José López Portillo, las personas formadas en esta institución pasaron a suponer 23.3 por ciento de estos cargos en el gabinete calderonista. Aunque el regreso del PRI con Enrique Peña Nieto supuso una caída a 11.4 por ciento en esta cifra, la elitista universidad mantuvo su influencia en posiciones estratégicas: el gabinete inicial del mexiquense fue el primero de la historia mexicana en que tanto el secretario como los subsecretarios y el oficial mayor de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público provenían del ITAM, erigido así en formador de cuadros por excelencia del neoliberalismo local.
Sin embargo, desde ayer la institución creada por y para los intereses de la cúpula empresarial, se encuentra en el centro de la atención pública, no por su capacidad para aupar a sus alumnos a posiciones de poder, sino por los daños que les inflige por medio de un modelo pedagógico basado en la sobrexplotación del tiempo y las capacidades de los alumnos. Según se ha revelado, la situación era conocida de tiempo atrás por la comunidad académica y estudiantil, pero las denuncias por la atrocidad de un sistema educativo basado en la sobrecarga intencional de trabajo, en la hipercompetencia entre los propios alumnos, en la humillación como método de apelar a la excelencia y en la exaltación del estrés como señal de compromiso, sólo consiguieron trascender el ámbito interno de la universidad tras el presunto suicidio de Fernanda Michua Gantus, estudiante de las licenciaturas de derecho y relaciones internacionales que se habría quitado la vida por las presiones a que se vio sometida en sus estudios.
De acuerdo con las denuncias vertidas en redes sociales por alumnos y ex alumnos del ITAM a raíz del trágico suceso, la muerte de Michua Gantus no sería un hecho aislado: además de una alta tasa de suicidios entre los estudiantes de la universidad, habría una constante sobremedicación con fármacos para potenciar el rendimiento, así como una preocupante incidencia de enfermedades mentales derivadas de lo anterior. De manera grave, se afirma que todo esto, así como una extendida cultura de violencia de género, es de total conocimiento de las autoridades universitarias, pero que éstas o bien lo silencian para proteger a la institución o bien lo defienden como parte de los requisitos de la excelencia que el ITAM pone en el centro de sus valores.
A reserva de lo que llegue a saberse sobre el caso particular de Fernanda Michua, su muerte y la reacción de sus compañeros –quienes han convocado a una huelga estudiantil para poner fin a los abusos de que son objeto– obligan a reflexionar sobre las terribles presiones a que se ven sometidos los jóvenes en una institución de este tipo: por una parte, son bombardeados con un discurso según el cual trabajar hasta la extenuación es la única manera de demostrar su valía, mientras por otra, se encuentran con las expectativas de unos padres que, en no pocos casos, han realizado enormes sacrificios para enviarlos a una de las escuelas más costosas del país. No queda sino preguntarse si la excelencia justifica la pérdida de la salud mental o, más aún, si quebrar física y emocionalmente a los jóvenes es el método idóneo para alcanzar tal excelencia.
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