Redacción
La María Goretti africana
Al hojear las actas para los procesos de beatificación en marcha, el Santo Padre Pablo VI exclamó: “¡Otra vez un italiano, un español; lo que necesitamos son santo de color, del tercer mundo!”. Con esta intención se dirigió al nuncio apostólico de Kinshasa, en Zaire, pidiéndole que investigara en la historia antigua y moderna de África la vida de víctimas de los levantamientos y revueltas.
Una santa de gran categoría encontramos en Sor María Clementina Anwarité Nengapeta, de la Congregación nativa Jamaá Takatifu (de la Sagrada Familia).
En los trágicos años de las revueltas, sobre todo durante 1964, fueron asesinadas 20 religiosas. Ella era la más joven y la única africana. Le faltaba un mes para cumplir los 25 años. Había nacido el 25 de diciembre de 1939 en la provincia occidental de Wamba.
Asistió con regularidad a la escuela primaria. Era de inteligencia normal, pero poseía una gran fuerza de voluntad, gracias a la cual consiguió en 1959 el diploma de magisterio y después el título de catedrático en la Escuela Superior de Magisterio.
Algunas estructuras de la cultura bantú constituyen obstáculos casi invencibles para acoger la fe y la moral católica. Así, por ejemplo, no existe la idea del perdón, sino que rige la ley de la represalia: “ojo por ojo y diente por diente”.
Sin embargo, durante su corta vida en innumerables ocasiones Sor Clementina dio ejemplo de perdón, y pidió a su vez perdón cuando pensaba que había podido desagradar a alguien.
Al morir, herida por una docena de cuchilladas, repetía una y otra vez las palabras: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”.
Otra idea de la cultura afroasiática es la de los “intocables”. Cuando hay una desgracia o una muerte en estos pueblos, nunca se le toma como un mal anónimo y general. Alguien debe ser considerado culpable: hay que encontrarlo y matarlo o expulsarlo de la tribu. Éste es el “ulozi”.
Anwarité se enteró de la existencia de una “ulozi”, una joven llamada Tipolo, sobre la que había recaído la desgracia de la tribu. Ella buscó a la chica en el bosque, donde se escondía. La trajo consigo a la clase y la colmó de cariño, moviendo así con su ejemplo y su palabra a los demás alumnos a acogerla y tratarla como a una niña cualquiera, con lo que le facilitó que pudiera volver a su vida normal. Lo mismo hizo en otros casos semejantes.
Otra dificultad de adaptación de esta cultura es la postura ante la vocación religiosa. Cuando un joven o una joven ingresan en un convento o seminario, es considerado generalmente como un honor. Pero en el momento en que la familia se encuentra necesitada, se espera y se exige que estos jóvenes regresen al hogar paterno, abandonando su vocación, para ayudar económicamente a la familia.
¿Qué pasó con Anwarité Nengapeta? Su padre abandonó a su madre, Julienne, porque le había dado sólo hijas. Entonces la pobre mujer decía a su hija, ya religiosa: “Tú sabes que tu padre nos ha abandonado y nos encontramos en una situación precaria; tus tres hermanas son todavía pequeñas. Vente aquí a Wamba, donde puedes dar clases y hacer todo el apostolado que quieras, pero ayúdanos, lo que no puedes hacer siendo religiosa”…
Anwarité saltó, como era su costumbre, replicando a su madre con una verdadera catarata de palabras: “¿No sabes que el que pone la mano en el arado y vuelve su mirada atrás no es digno de Jesús? ¿Has olvidado que me he consagrado al Señor para siempre con todo mi corazón?”
El antiguo coronel de los simbas, Pierre Olombe, informó los detalles del asesinato de la hermana María Clementina. En este relato se encuentran resumidos el sufrimiento y la muerte de Anwarité:
“Cuando íbamos de camino, el coronel Ngalo me confió la intención de poseer a Sor Clementina y me envió a decirle que se presentara en su cuartel general.
“Ella se opuso terminantemente, lo que comuniqué al coronel. Entonces el coronel me dejó en total libertad, diciéndome: “Haga lo que quiera con ella”. Yo había tomado drogas. Entonces le propuse a Sor Clementina que fuera la mujer de Ngalo, lo que ella rehusó. “antes muero, que convertirme en la concubina de ese hombre”, contestó. Le dije que esto le podría acarrear la muerte inmediata.
“Intenté meterla en el auto por la fuerza, pero ella se defendió como pudo. Yo le di un puntapié. Cuando vi que seguía resistiéndose a ir a la casa de Ngalo, le exigí que se viniera a mi cuarto para acostarse conmigo. Yo no la quería obligar, pero le decía que si se resistía la mataría; me contestó que eso no le importaba. Sor Clementina fue asesinada porque se opuso a entregarse a mí o a Ngalo.
“Después de dos días, ya pasados los efectos de la droga, comprendí que había hecho mal y pedí perdón a las religiosas de Bafwabaka. Ellas me dijeron que me perdonaban, y que le pidiera perdón a Dios”.
Cuando las religiosas recogieron el cuerpo de Anwarité en el patio, aún vivía. La depositaron en el suelo de la habitación y trataron de auxiliarla pero a los pocos minutos expiró. Era el 1 de diciembre de 1964, hacia la una de la madrugada.
Las hermanas siguieron el consejo de la maestra de novicias, sor María Javiera: “Es la primera mártir de nuestra Congregación; alabemos al Señor y entonemos el Magníficat”. El Espíritu sopla donde quiere. Aquellas mujeres jóvenes, marcadas por las huellas de la adversidad y heridas profundamente, no quisieron entonar “De profundis” o el “Miserere”, sino la alabanza mariana.
En la vida de Anwarité la Virgen Santísima tuvo siempre un papel muy importante. Estudió detalladamente Las Glorias de María, de San Alfonso María de Ligorio. Era asociada de la Legión de María y extendió este movimiento en sus clases del colegio.
Una vez, misioneras italianas en Wanda le regalaron una pequeña estatua fosforescente de la Virgen. Anwarité la aceptó con gran entusiasmo y no se cansaba de mirarla. Cuando se despidió, apretó la estatua contra su corazón y murmuró: “¡Oh Bikira María Safimno!”, es decir: ¡Oh Purísima Virgen María!
Nunca más se separó de esa pequeña imagen, ni siquiera cuando los simbas quitaron a las hermanas las cruces, los rosarios y todos los objetos religiosos, amenazándolas con la muerte si se quedaban con algo. Ella la conservó en su bolsillo. Y cuando se identificó el cadáver, la prueba decisiva fue precisamente aquella pequeña estatua que aún llevaba consigo.
La grandeza de la virginidad cristiana, según el ejemplo de Anwarité Nengapeta:
En la hora de la tempestad, no duda en poner por encima de todas las cosas el valor de su consagración a Cristo en la castidad perfecta."La tarde de su muerte, había dicho en la casa azul de Isiro:
He renovado mis votos; estoy dispuesta a morir”.Anwarité es un testimonio firme del valor incomparable de un compromiso asumido frente a Dios y sostenido por su gracia.
Bienaventurada aquella que, muy cerca de nosotros, mostró la belleza del don total de sí misma por el Reino. La grandeza de la virginidad consiste en el ofrecimiento de todas las capacidades propias de amar para que, libre de aquellos a quienes el Señor ama. No existe en ella desprecio alguno del amor conyugal; sabemos que Anwarité se preocupaba por ayudar a las parejas cercanas a ella para que mantuvieran la fidelidad de su propio compromiso cuya belleza ella misma alababa.
"Lo que la conduce al martirio es justamente el valor primordial de la fidelidad. El martirio significa precisamente ser testigo: Anwarité forma parte de esos testigos que animan y sostienen la fe y la generosidad de los hermanos y hermanas. Cuando en la noche del 30 de noviembre de 1964, todas las hermanas se ven amenazadas, golpeadas, heridas, el sacrificio de Anwarité, lejos de intimidarlas, las alienta en su firmeza y las ayuda a atravesar la prueba en la paz”.
(Juan Pablo II, Homilía durante la Misa de beatificación de Sor Clementina Anwarité en Kinshasa, 15 de agosto de 1985)
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