A
hora que estamos de vacaciones, si no sale de la ciudad o viene de visita, un paseo diferente y placentero es visitar las plazas del Centro Histórico. Se va a sorprender saber que hay 30 –pequeñas, grandes y majestuosas–, que ofrecen todo tipo de experiencias. En años recientes muchas han sido remozadas y permiten apreciar la bella arquitectura que las enmarca.
Una de ellas es Loreto, que luce dos templos muy distintos entre sí, pero ambos magníficos: Santa Teresa la Nueva y el que da nombre al lugar; distintos en estilo y materiales, uno de cantera neoclásico y otro barroco recubierto de tezontle. De grandes dimensiones, conserva hermosas construcciones del siglo XVIII y como joya de la corona una elegante fuente, que estuvo antes en el afamado Paseo de Bucareli, obra del prestigiado arquitecto Lorenzo de la Hidalga.
A un par de cuadras está la de San Sebastián, que aún espera su plena recuperación, pero permite apreciar el lindo templo que la bautiza. Tomó su nombre de una de las cuatro primeras parroquias que hubo en la Ciudad de México en el siglo XVI. El interior muestra una severa decoración moderna con los muros laterales encalados en blanco, mientras el del altar mayor está en rojo sangre con un gran Cristo, y como vestigio de su rico pasado barroco, el púlpito del siglo XVII tallado en madera y con restos de fino policromado. Quizás es la única iglesia que conserva techo de dos aguas con viguería dentro, que seguramente estuvo cubierta por un elegante casetonado, como se acostumbraba en el siglo XVI.
Destaca por su majestuosidad y belleza la Plaza de Santo Domingo, que conserva varios de los mejores edificios barrocos en la ciudad, empezando por la iglesia del mismo nombre, el antiguo Palacio de la Inquisición y la que fue la Aduana Mayor. No desmerecen los portales, que desde hace siglos alojan a los evangelistas que escriben cartas, contratos e imprimen al momento invitaciones, tarjetas y demás.
Una fuente con una escultura sedente de Josefa Ortiz de Domínguez adorna el centro de la plaza. No le hace justicia, ya que muestra a la enjundiosa heroína como una rígida ancianita. En el costado sur se yerguen las casonas del mayorazgo de Medina, en donde vivió el primer cirujano de la ciudad. Contigua a éstas se levanta la que se dice fue la casa en donde vivió y murió la Malinche, cuando estaba casada con Juan Jaramillo.
Algunas plazas poco conocidas como Santa Catarina, en la calle República de Brasil, a escasas tres cuadras de la de Santo Domingo, es poseedora de una rica historia. Ahí se encuentra un elegante templo barroco que le da nombre y fue una de las tres primeras parroquias en la Ciudad de México. Enfrente tiene un jardín sombreado por jacarandas, que en la época de floración tienden una alfombra violácea . Los edificios que la rodean son del siglo XVIII y en un costado se yergue un busto de Leona Vicario, cuya casa queda a un par de cuadras sobre la calle Brasil. Actualmente es la sede del Centro de Literatura de Bellas Artes, lo que permite visitarla.
Ya que estamos en el rumbo vamos a comer a Domingo Santo, que se encuentra en la azotea de los portales de evangelistas, como se pueden imaginar tiene una vista espectacular de la Plaza de Santo Domingo y la entrada es por Cuba 96.
La carta es muy original. Comenzamos con la crema de la casa, que combina guayaba, xoconostle, chaya, tocino y un toque de chile morita. Se acompaña con queso fresco, tocino frito, cebolla morada y aguacate.
Los platos fuertes: el salmón cítrico, que va sellado en la plancha, montado en una ensalada de arúgula, bañado con una reducción de cítricos con salvia y brotes de betabel. El amigo carnívoro ordenó el cordero a las brasas, bañado con chichilo negro montado sobre una ensalada y vinagreta roja hecha a base de Jamaica y tequila. Sólo quedó lugar para un flan de zapote negro y un buen café.
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