E
n las primeras noticias que llegaron parecía que el golpe de Estado en Bolivia, que derrocó a su presidente constitucional, Evo Morales, había sido básicamente incruento, y que el asilo que le ofreció México había sido altamente preventivo. A la llegada de Evo a México, y después de sus primeras declaraciones, comenzó a vislumbrarse que el golpe, como prácticamente siempre, tenía un componente de violencia militar indispensable en todas las asonadas. Naturalmente después de cuatro o cinco días llegan ya abrumadoramente informes de una crueldad extraordinaria hacia la población civil por parte de las fuerzas armadas bolivianas. Y no podía ser de otro modo: desde hace décadas las rebeliones militares de ese país se han distinguido por su crueldad y saña excepcionales.
Los días en que se vivió la ambigüedad, pensamos un buen número de comentaristas que había surgido probablemente un nuevo tipo de golpe de Estado en que las autoridades establecidas se veían obligadas a abdicar de sus funciones por el hecho de que una mayoría de las fuerzas armadas se negaban a seguir los lineamientos políticos del gobierno establecido, seguidas por un sector importante de la sociedad civil y, lo que resulta fundamental, por una fracción eventualmente mayoritaria de las fuerzas armadas, dejando entonces a ese gobierno en una situación de enorme disminución respecto a su autoridad. En el caso boliviano del golpe de Estado en contra de Evo Morales nos encontramos en una situación como la descrita, en la que las fuerzas armadas habían abandonado ya, en buena proporción, su compromiso con el presidente boliviano.
Naturalmente sería necesario examinar con mayor detalle la dinámica de los acontecimientos que llevaron a la renuncia de Evo. Pero esto quedará en manos de los historiadores. Aquí nos conformamos con las versiones de los testigos de primera línea, lo que nos hace concluir que Evo tuvo plena razón en abandonar la presidencia de su país y que lo hizo también en el momento más oportuno, para evitar una masacre y hasta un genocidio de proporciones descomunales. Bolivia vive aún ante esa posibilidad inminente, lo cual obliga al resto de los países latinoamericanos a expresar su profunda preocupación por los hechos que pudieran desencadenarse en forma aún más violenta y cruel de lo que ha podido observarse hasta el momento.
Todos sabemos que la mecánica interna y discreta
del golpe fue manejada, como siempre en estas circunstancias, por las agencias estadunidenses que tienen como misión impedir en todas partes del mundo, y particularmente en América Latina, el ascenso al poder de fuerzas y gobiernos que puedan ser calificados de izquierda. Así fue en tiempos de la revolución cubana (con un fracaso que sigue siendo proverbial), y en el Chile de Salvador Allende (con el éxito macabro de los 30 años que ocupó el poder Augusto Pinochet), y otros más como los golpes de Estado en Brasil, o en Argentina, o en casi la totalidad de los países de América Central. Lo que ocurre hoy, por primera vez en muchas décadas, es que ni los golpes de Estado, ni los movimientos populares de signo democrático llegan a consolidarse definitivamente, pues siempre se encuentran con un antagonista que los tiene en perpetuo jaque. Los ejemplos de Cuba y Venezuela serían pertinentes para ilustrar lo dicho. Se trata, pues, a lo que parece, en el continente, de regímenes variables, cuyo destino depende la mayor parte de las veces de las señales e intereses políticos de la gran potencia del norte, que invariablemente se encuentran en la extrema derecha.
Por las razones expuestas, resulta extraordinariamente positiva la decisión del gobierno mexicano de otorgar asilo a Evo Morales, no sólo por razones personales, sino históricas en América Latina y a escala internacional. Y aquí se ha mostrado otra vez la razón profunda de atender a los principios esenciales de la política exterior mexicana, que ahora tienen rango constitucional, y que garantizan teóricamente el comportamiento democrático del Estado mexicano. No podemos olvidar que, apenas otorgado el asilo a Evo Morales, algunos bárbaros de la opinión pública dijeron en México que se gastaba desmesurada e injustificadamente una suma de dinero que resultaba desperdicio. A estos sujetos sería necesario recordarles que en la defensa de la democracia no hay gastos inútiles, y que en todo caso son mejores que los desperdicios en armas asesinas que quitan la vida a los defensores del pueblo, o en francachelas en las que seguramente se evaporarían tales recursos.
Por el contrario, fue una decisión extraordinariamente acertada del gobierno de Andrés Manuel López Obrador otorgar el asilo a Evo Morales, ya que se trata de una medida constitutiva del ser
o de la personalidad de un pueblo, en este caso el mexicano, lo cual está muy por encima de las consideraciones lamentables y puramente contables de algunos integrantes de la extrema derecha de este país.
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