Se murió Lucita
José Mercadillo Miranda*
El sucedido que aquí se relata tuvo lugar en el edificio donde, en el tiempo que ocurrió el mismo hecho, estaban establecidos, a la vez, en San Miguel de Allende, el asilo de ancianas y la academia Sor Juana Inés de la Cruz para señoritas.(1)
En esta última institución había la costumbre de hacer ejercicios espirituales de encierro en determinada época del año, cuando esta llegó, la directora de la referida academia, que era una religiosa dominica llamada Mercedes Álvarez, preparó todo lo necesario para hospedar a las ejercitantes, que eran más o menos cuarenta jóvenes.
El segundo día de ejercicios, siguiendo el horario y el orden de las distribuciones, dí, como a las siete de la noche, la meditación acerca de la muerte. Durante el curso de mi explicación, estuve un tanto preocupado, porque, no obstante la seriedad del asunto, algunas de mis oyentes estaban distraídas y concedían poca importancia al tema.
Como es costumbre, les hablé de las diversas clases de muertes, y recuerdo muy bien que hice hincapié en la desgracia de la muerte repentina, trayendo a la memoria la súplica que se hace en la Letanía de los Santos: "De la muerte súbita e imprevista, líbranos, Señor".
Al salir de la distribución hice notar a la directora la falta de recogimiento de las señoritas ejercitantes, y ella me ofreció llamarles la atención sobre su comportamiento.
Al día siguiente, como a las nueve de la mañana, llegó a mi domicilio la sirviente de la academia para decirme que la madre Álvarez me necesitaba con urgencia. Fui enseguida y me encontré con la sorpresa de que varias alumnas que se distinguían por sus travesuras, habían estado una hora antes, divirtiéndose en un patio perteneciente al asilo de ancianas que, como se dice, estaba en el mismo edificio, y me informaron que, entre otros juegos, se habían dedicado a lanzar piedras a la ventana de Lucita, una anciana asilada, que tenía la costumbre de encerrarse en su cuarto a piedra y cal, como vulgarmente se dice, y que, al ver que no les hacía el menor caso, abrieron uno de los postigos de la referida ventana, diciéndole en tono de broma:
-Lucita, no seas floja; levántate porque ya es muy tarde.
Pero, ¿Cuál nos ería su sorpresa al descubrir que Lucita estaba muerta sobre su cama, en torno de la cual, el perrito y el gato, fieles compañeros de la asilada, daban vueltas y terroríficos aullidos...?
En cuanto llegué a la Academia, las inquietas alumnas corrieron hacia mí, para decirme llenas de estupor, con el rostro desencajado y la voz trémula:
-Padre, padre, se murió Lucita, se murió Lucita... Venga a ver... murió sin que nadie se diera cuenta de ello... del mismo modo que Ud. nos dijo anoche... ¡Qué terrible es la muerte repentina...!
Desde ese instante hubo gran recogimiento en los ejercicios.
(1) - Actualmente esta casa es de la propiedad de D. Francisco Redondo.
*Tomado de:
Anécdotas sin importancia
Segunda edición
José Mercadillo Miranda
Imp. San Miguel
Cuadrante No. 24
San Miguel de Allende, Gto., México.
Primera Edición: 15 de septiembre de 1960
Segunda Edición: 29 de junio de 1983.
Tiro: 2,000 ejemplares
Páginas 23-25
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