Redacción
La veneración de esta santa virgen y mártir es muy antigua, porque su nombre aparece en el Canon romano desde el siglo IV. En aquella época se levantó en Roma un templo en su honor, en el barrio del Trastévere. Se supone que esta iglesia fue edificada sobre los cimientos de la casa donde vivía Cecilia y donde sufrió el martirio, bajo el emperador Marco Aurelio.
La leyenda nos presenta a Cecilia, noble romana, tratando de convertir al cristianismo a Valeriano, su prometido, y a Tiburcio, hermano de éste, durante la fiesta de sus esponsales. Valeriano y Tiburcio, profundamente conmovidos por la fe de Cecilia, se entrevistaron con el Papa Urbano I, se instruyeron, aceptaron la fe y, al profesarla públicamente, fueron condenados a morir.
Cecilia compareció ante el juez, que la instó a ofrecer sacrificios a los dioses. Al rehusarse y al hacer su confesión de fe cristiana, fue condenada a morir ahogada en las termas de su propia casa. Resultó milagrosamente ilesa de esta prueba y entonces el verdugo quiso decapitarla, pero no logró su propósito y la dejó moribunda, con un tajo en el cuello. La santa logró todavía hacer, con señas, profesión de su fe en Dios, Uno y Trino.
La imagen de Santa Cecilia suele presentarse con un pequeño órgano u otro instrumento musical. De ahí su título de patrona de la música sagrada. Es una alusión a la renuncia interior de su espíritu en medio de la algarabía de su noche de bodas.
La vida de Santa Cecilia nos enseña que el uso de los instrumentos, y aun la misma liturgia, no tienen como fin primordial la satisfacción de los sentimientos humanos, sino la gloria de Dios.
Homilía de Juan Pablo II durante la Misa del 22 de noviembre de 1984 en la basílica de Santa Cecilia.
El testimonio de Santa Cecilia, virgen y mártir de Cristo.“Cecilia –como narra la parábola del evangelio de hoy—fue una de las vírgenes prudentes, que esperaron al Esposo celeste con la lámpara encendida y con el aceite de reserva: la lámpara de la fe, que ella alimentaba cada día leyendo la Sagrada Escritura y escuchando a los ministros de Dios.
Cuenta la “Passio” que guardaba el Evangelio sobre el corazón y que, herida de muerte, cayó sobre el lado derecho, las rodillas plegadas, los brazos tendidos hacia adelante, la cabeza reclinada, abriendo tres dedos de la mano derecha y uno de la izquierda para indicar su fe en la Unidad y en la Trinidad de Dios. De este modo fue reproducida también en la hermosa estatua del Maderno, que se encuentre en esta basílica.
Esta es la enseñanza fundamental que Santa Cecilia nos deja: debemos tener encendida la lámpara de la fe; debemos permanecer en vigilante espera del banquete celeste, y para cada uno de nosotros puede resonar de un momento a otro el grito del evangelio: “¡Que llega el Esposo, salid a recibirlo!”.
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