Redacción
Conviene aclarar, ante todo, que es insostenible la idea de que en la fiesta de hoy se celebre la presentación de la Virgen María como una niña de tres años de edad, llevada por sus padres, Joaquín y Ana, al templo de Jerusalén para que se quedara al servicio de Dios.
Esta opinión proviene del Evangelio apócrifo de Santiago, que falsamente supone que en el templo de Jerusalén hubo niñas y doncellas destinadas a las funciones del culto litúrgico. La liturgia judía nunca conoció tales servicios femeninos.
En la Comisión Litúrgica del Concilio Vaticano II hubo votos a favor de la supresión total de esta fiesta. Si quedó finalmente en el nuevo calendario fue por dos razones:
Primera
Porque tiene una tradición venerable entre los griegos ortodoxos;
Segunda
Porque se descubrió que el 21 de noviembre se celebra en Jerusalén la consagración de una iglesia en honor de la Virgen María, en el mismo recinto del antiguo templo, junto al muro secular y unido con ola actual mezquita “El Aksa” que, según la tradición, es el lugar donde se encontraba la casa de Joaquín y Ana. Esta iglesia actualmente lleva el título de “Nuestra Señora de Jerusalén”.
Este es un día dedicado a honrar a María, a quien alaban las liturgias de los diferentes ritos, en el lugar más venerable de la cristiandad. El día de hoy debemos implorar de María la paz a favor de los pueblos judíos y árabes, reunidos al pie de esta iglesia, en Jerusalén, aún con las armas en la mano.
Debemos meditar, además, que María es el templo perfecto del Nuevo Testamento, la “Casa de Oro” (letanía), donde Dios se dignó preparar su morada. Es un día de admiración para todos los hombres de buena voluntad, ya que Dios adornó a esta niña, desde su concepción inmaculada en el seno de Ana y durante todo el tiempo de su niñez y juventud, con prerrogativas tan extraordinarias que se convirtió en la segunda Eva. Por el Fiat –“Hágase en mi según tu palabra”—ella ofreció una libre y total obediencia a los designios de Dios.
Desde ese momento cesaron, ante Dios, los ritos exteriores del antiguo templo y Jesucristo comenzó, en el mismo seno de María, a ofrecerse como el único y eterno sacerdote; es más, como la única ofrenda grata a Dios por todos los hombres.
“La Iglesia desea que los fieles no sólo ofrezcan la Hostia inmaculada, sino que aprendan a ofrecerse a sí mismos, y que día con día perfeccionen, por medio de Cristo, la unión con Dios y entre sí, de modo que sea Dios todo en todos”. Instrucción General para el uso del Misal Romano, n. 55.
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