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as lágrimas y el llanto de tristeza se mezclan con la incredulidad y el asombro. Cientos de personas que apenas unos cuantos días convivían con Raquel Padilla Ramos, La Rielera, como ella misma se autonombraba, ahora se encuentran reunidas en el Museo Regional del estado de Sonora para acompañarla en su último viaje, después de que hace dos días fuera asesinada en su casa y frente a su general, como también nombraba a su hijo Emiliano. A todos los presentes les resulta increíble que Juan Rodríguez –su Juan, por eso lo de La Rielera–, su pareja sentimental de los últimos años, sea el responsable de su muerte; sobre todo porque la mayoría de sus compañeros de trabajo y amigos de años los conocieron muy enamorados y respetuosos entre ellos, siempre apoyándose mutuamente. Pero los hechos se imponen: él se encuentra detenido y ella a punto de emprender el último viaje, en donde todos esperan descanse en paz.
Para acompañarla en este último viaje se han reunido familiares, amigos(as) y compañeros(as) de trabajo. Dentro de los presentes destaca la presencia de los pueblos yaquis, a los que dedicó su vida para comprender y difundir su resistencia, su cultura y su futuro. De su esfuerzo dan cuenta numerosos ensayos y libros, destacando Los partes fragmentados. Narrativas de la guerra y la deportación yaquis, Los irredentos parias: los yaquis, Madero y Pino Suárez en las elecciones de Yucatán, 1911 y Yucatán, fin del sueño yaqui: el tráfico de los yaquis y el otro triunvirato. Pero su obra no quedó en eso, Raquel Padilla llevó su relación con los yaquis más allá de la academia y acompañó su lucha en defensa de su territorio y sus derechos como si fueran suyos. La muerte la sorprendió impulsando la creación de la Red de Historiadores en Apoyo a las luchas indígenas del noroeste de México (Rhalino), así como de una Yaquipedia, enciclopedia digital sobre historia y cultura yaquis.
Los yaquis lo saben, por eso la despiden como una de las suyas. Hombres y mujeres han viajado desde sus pueblos de origen para acompañarla y desearle buena suerte en este que será su último viaje. Precedidos por la voz de Maribel Ferrales, soprano cubana radicada en Hermosillo, Sonora, los maestros rezanderos yaquis, acompañados de sus cantoras le ponen solemnidad al acto rezando y cantando letanías, mientras sus cuatro madrinas y padrinos le colocan los rosarios que la protegerán en el camino oscuro, mientras transcurre el tiempo y el próximo año le realicen su cabo de año
y pueda entrar al Sewa Ania, el mundo flor
yaqui, a descansar eternamente. Cuando ellos y ellas concluyen su labor, los matachines yaquis –soldados de la Virgen– se adueñan del escenario y al son de La Batalla, con el cual honran a la gente de mucho respeto, preparan el camino que la conduzca a la gloria. Para asegurar que así sea al final de su danza le ofrecen el arma que portaban mientras bailaban: una flor.
Cuando los yaquis terminan su ritual el acto vuelve a su cauce normal. Toma la palabra Elisa Villalpando, su compañera de trabajo en el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH); le sigue Raquelita, hija de La Rielera y al final Diego Prieto Hernández, director del propio instituto, quien ha viajado desde la Ciudad de México acompañado de la secretaría técnica de la institución, Aída Castilleja, a despedir a la amiga y compañera de trabajo. Todos encomian la obra, el activismo político y la calidad humana de Raquel Padilla y piden que su muerte no quede impune. Cuando los discursos han terminado, los presentes, que llenan todo el patio central del museo, lanzan una gran ovación para que Raquel la escuche sepa que ahí están con ella, acompañándola, y que puede emprender su último viaje de manera tranquila.
La clase política del estado también toma posesión ante la tragedia. Respetuosa de La Rielera y su labor, guarda silencio y respeto. No se pronuncia, pero tampoco se presenta al acto, sabe que sería de muy mal gusto hacerlo y que podría resultar una ofensa para ella y generar reacciones sociales adversas. Fuera de las autoridades del INAH, sólo hace presencia el director del Instituto Sonorense de Cultura, institución con la cual Raquel Padilla Ramos colaboró constantemente. Después todos los presentes la acompañan a su última morada. Allá va La Rielera encabezando su última partida, seguida de sus familiares, compañeros(as) y amigos(as), que resultan ser mucho más de los que se muestran. Nadie lo nota, pero seguramente va contenta por haber vivido de manera congruente con su pensamiento, sabiendo que los que le sobreviven sabrán hacer lo mismo. Y si no, ahí estará su ejemplo y su obra para recordárselo.
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