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or vigésimo octavo año consecutivo, una aplastante mayoría de los estados integrantes de la Asamblea General de las Naciones Unidas (ONU) condenó el embargo impuesto por Estados Unidos contra Cuba hace casi 60 años. Con 187 votos a favor, tres en contra –los del propio Washington, Israel y Brasil– y dos abstenciones –Ucrania y Colombia–, la comunidad internacional aprobó la resolución que exhorta al gobierno estadunidense a levantar el bloqueo económico, comercial y financiero con el cual asfixia a la isla en su fallida pretensión de forzar un cambio de régimen.
Aunque el poder de veto de Washington en el Consejo de Seguridad del organismo multilateral impide cualquier tipo de consecuencia vinculante de la resolución, el nivel de consenso alcanzado muestra una vez más el rechazo casi universal al injerencismo estadunidense. Asimismo, la votación da cuenta de que el complejo entramado jurídico que conforma el bloqueo resulta a todas luces contraproducente, afecta en una medida mucho mayor al pueblo cubano que al gobierno de la isla, resulta nocivo para las propias empresas estadunidenses que desean operar en esta nación caribeña, al tiempo que obstaculiza de forma severa la libre y soberana evolución política y económica de Cuba.
Si hace tres años la votación resultó histórica por ser la primera en un cuarto de siglo que salió adelante sin un solo voto en contra (debe recordarse que Barack Obama decidió abstenerse en su último tramo como jefe de Estado), ayer se vivió un nuevo parteaguas, pero esta vez en sentido contrario y deplorable. En efecto, el voto en contra del gobierno de Jair Bolsonaro, de Brasil, y la abstención del de Iván Duque, de Colombia, muestran el absoluto abandono de principios básicos de independencia nacional por parte de esos gobernantes derechistas.
Es pertinente recordar que el voto en bloque de América Latina a favor de la resolución de condena no respondía a razones ideológicas ni se articulaba como respaldo al régimen cubano, postura totalmente ajena a la gran mayoría de los gobiernos latinoamericanos, sino que reflejaba el cabal entendimiento de que la política imperial estadunidense es una amenaza permanente para todas las naciones de la región, independientemente de la orientación política de sus respectivos gobiernos.
Por ello, en esta ocasión resulta obligado celebrar una nueva victoria moral del pueblo cubano, pero también lamentar el oscuro pasaje que atraviesan Brasil y Colombia. La trasnochada y permanente agresión estadunidense contra Cuba, que perpetúa sin ningún sentido una confrontación heredada de la guerra fría, debe cesar a la brevedad.
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