Eugenio Amézquita
Aunque en nuestra historia de México, se reconoce la presencia de deidades dedicadas ala muerte en los diferentes grupos indígenas que poblaron Mesoamérica, lo que conocemos como la celebración de los Fieles Difuntos y que generalmente se realiza el dos de noviembre, tiene un origen netamente católico, al cual se le han integrado sincretismos -es decir, tendencias a conjuntar y armonizar corrientes de pensamiento o ideas opuestas-.
Así, nos encontramos que algunas personas o corrientes mezclan la fe católica con creencias consideradas como paganas por esta denominación queriendo combinar las referencias cristianas de muerte y resurrección de Cristo, así como la muerte corporal humana con las nueve regiones del Mictlán o Chiconauhmictlán, hacen referencia al inframundo de la mitología mexica, cosmovisión de creencias nahuas referidas al espacio y al tiempo, estructurando un universo en parcelas o regiones determinadas por unas fuerzas vivas. Su creación se debe a los llamados "dioses creadores" (Xipetótec, Tezcatlipoca, Quetzalcóatl y Huitzilopochtli). Este tipo de combinaciones llevan a generar confusiones y corrientes de pensamiento y hasta de fe que nada tienen que ver con sus respectivos orígenes.
Sin embargo, el 2 de noviembre nada tiene que ver con esta cosmovisión. Desde el siglo X de la era cristiana, el 2 de noviembre, da inicio esta celebración religiosa cristiana católica, instaurada por San Odilón, que tiene también conjunción con la celebración previa de Todos los Santos.
Es innegable que en la idiosincracia del mexicano, la fiesta, el bullicio, el color y la alegría se combinan hasta con los momentos de mayor pesar, como es el momento en que el familiar, amigo, padre, madre, hijo u cualquier persona cercana a nosotros, finaliza su presencia física en el mundo. Es la ausencia la que duele, pero en la fe cristiana, está la confianza y la esperanza de la resurrección, al igual que Cristo resucitó. Es cuestión de fe y ello queda plasmado en las palabras que al final de Credo cristiano católico cuando se proclama y se vive: "Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro. Amén".
Para comprender el significado de la solemnidad de los santos y la conmemoración de los difuntos hay que saber que existen tres estados en la Iglesia:
1- La iglesia peregrina en la tierra. En ella estamos nosotros hasta el día de nuestra muerte.
2- La iglesia purgante (en el purgatorio), la componen los difuntos que necesitan aun purificación antes de entrar en el cielo. Por ellos oramos el día de los difuntos, el 2 de Noviembre, para que pronto vayan al cielo. (no rezamos por los que están en el infierno porque su condena es irreversible)
3- la iglesia triunfante, ya glorificada en el cielo. A ellos los santos honramos el 1 de Noviembre.
Solemnidad de Todos los Santos
Durante todo el año celebramos la fiesta de muchos santos famosos. Pero la Iglesia ha querido recordar que en el cielo hay innumerables santos que no cabrían en el calendario. Por eso nos regala esta solemne fiesta de Todos los Santos que abarca a todos nuestros hermanos que ya están en el cielo. Multitudes de santos desconocidos por nosotros pero amadísimos de Dios. Entre ellos pueden haber familiares nuestros, amigos, vecinos...
Universal vocación a la santidad en la Iglesia
La fiesta de Todos los Santos no es solo para recordar sino también una llamada a que vivamos todos nuestra vocación a la santidad, cada uno según su propio estado de vida (como solteros, casados, viudos, consagrados, etc.). El capítulo V de la Constitución Dogmática "Lumen Gentium" (Concilio Vaticano II), lleva por título "Universal vocación a la santidad en la Iglesia". Dios nos creó para que seamos santos. Según Benedicto XVI, "El santo es aquel que está tan fascinado por la belleza de Dios y por su perfecta verdad que éstas lo irán progresivamente transformando. Por esta belleza y verdad está dispuesto a renunciar a todo, también a sí mismo. Le es suficiente el amor de Dios, que experimenta y transmite en el servicio humilde y desinteresado del prójimo".
Historia
Desde la Iglesia primitiva, los cristianos siempre hemos venerado a los mártires por su virtud heroica. Al guardar en nuestros corazones sus memorias y su ejemplo, nos animan a vivir también nosotros la radicalidad del Evangelio. Es por ello que se guardan sus reliquias. Estas pueden ser partes de sus cuerpos o de sus ropas u otros artículos asociados con ellos. En la Biblia leemos que los cristianos guardaban hasta las ropas y pañuelos que San Pablo hubiese tocado (Hechos 19,12).
Durante la persecución de Diocleciano (284-305) hubieron tantos mártires que no se podían conmemorar todos. Así surgió la necesidad de una fiesta en común la cual se comenzó a celebrar, aunque en diferentes fechas, a partir del siglo IV.
La Roma pagana observaba el fin del año el 21 de febrero con una fiesta llamada Feralia, para darle descanso y paz a los difuntos. Se rezaba y hacían sacrificios por ellos. Con la cristianización del imperio, los Papas pudieron remplazar las prácticas paganas.
El 13 de Mayo de 609 o 610, el Papa Bonifacio IV consagró el Panteón Romano (donde antes se honraba a dioses paganos) para ser templo de la Santísima Virgen y de todos los Mártires. Fue así que se comenzó la fiesta para todos los santos. Gregorio III (731-741) la transfirió al 1ro de Noviembre. Gregorio IV (827-844) extendió esta fiesta a toda la Iglesia.
Los Ortodoxos griegos celebran a todos los santos el primer domingo después de Pentecostés.
Hoy es necesario renovar la Solemnidad de Todos los Santos. Si no la vivimos, fiestas paganas, como Halloween, tomarán su lugar.
S.S. Benedicto XVI sobre el día de todos los santos, 2007
El cristiano, «ya es santo, pues el Bautismo le une a Jesús y a su misterio pascual, pero al mismo tiempo tiene que llegar a ser santo, conformándose con Él cada vez más íntimamente».
Advirtió ante el peligro de caer en un equívoco: «A veces se piensa que la santidad es un privilegio reservado a unos pocos elegidos. En realidad, ¡llegar a ser santo es la tarea de cada cristiano, es más, podríamos decir, de cada hombre!».
«Todos los seres humanos están llamados a la santidad que, en última instancia, consiste en vivir como hijos de Dios, en esa “semejanza” a Él, según la cual, han sido creados»
«todos los seres humanos son hijos de Dios, y todos tienen que llegar a ser lo que son, a través del camino exigente de la libertad».
«Dios les invita a todos a formar parte de su pueblo santo. El “Camino” es Cristo, el Hijo, el Santo de Dios: nadie puede llegar al Padre si no por Él», aclaró.
S.S. Benedicto XVI sobre el día de todos los santos, 2006
Queridos hermanos y hermanas:
Celebramos hoy la solemnidad de todos los santos y mañana conmemoraremos a los fieles difuntos. Estas dos celebraciones litúrgicas, muy queridas, nos ofrecen una oportunidad singular para meditar en la vida eterna. El hombre moderno, ¿sigue esperando esta vida eterna o considera que pertenece a una mitología ya superada?
En nuestro tiempo, más que en el pasado, vivimos tan absorbidos por las cosas terrenales, que en ocasiones es difícil pensar en Dios como protagonista de la historia y de nuestra misma vida.
La existencia humana, sin embargo, por su naturaleza, está orientada hacia algo más grande, que le trasciende; en el ser humano no se puede suprimir el anhelo por la justicia, la verdad, la felicidad plena.
Ante el enigma de la muerte, muchos sienten el deseo y la esperanza de volver a encontrar en el más allá a sus seres queridos. Y es fuerte también la convicción de un juicio final que restablezca la justicia, la espera de un esclarecimiento definitivo en el que a cada quien se le dé lo que le corresponde.
Ahora bien, para nosotros, los cristianos, «vida eterna» no sólo indica una vida que dura para siempre, sino también una nueva calidad de la existencia, sumergida plenamente en el amor de Dios, que libera del mal y de la muerte y nos pone en comunión sin fin con todos los hermanos y hermanas que participan en el mismo Amor. La eternidad, por tanto, puede estar ya presente en el centro de la vida terrena y temporal, cuando el alma, mediante la gracia, se une a Dios, su fundamento último. Todo pasa, sólo Dios no cambia. Un Salmo dice: «Mi carne y mi corazón se consumen: ¡Roca de mi corazón, mi porción, Dios por siempre!» (Salmo 72/73,26). Todos los cristianos, llamados a la santidad, son hombres y mujeres que viven firmemente aferrados a esta «Roca», tienen los pies en la tierra, pero el corazón ya está en el Cielo, morada definitiva de los amigos de Dios.Queridos hermanos y hermanas: Meditemos en estas realidades con el espíritu dirigido a nuestro destino último y definitivo, que da sentido a las situaciones diarias. Renovemos el gozoso sentimiento de la comunión de los santos y dejémonos atraer por ellos hacia la meta de nuestra existencia: el encuentro, cara a cara, con Dios. Recemos para que ésta sea la herencia de todos los fieles difuntos, no sólo de nuestros seres queridos, sino también de todas las almas, especialmente de las más olvidadas y necesitadas de la misericordia divina.
Que la Virgen María, Reina de todos los santos, nos guíe para escoger en todo momento la vida eterna, la «la vida del mundo futuro», como decimos en el «Credo»; un mundo que ya ha sido inaugurado por la resurrección de Cristo y cuya llegada podemos apresurar con nuestra conversión sincera y con las obras de caridad.
Conmemoración de Todos los Fieles Difuntos
2 de noviembre
- -No "reencarnación", sino "resurrección" profesa la fe cristiana -Comentario del padre Cantalamessa a la conmemoración de todos los fieles difuntos, 2007
- -Muramos con Cristo, y viviremos con él -San Ambrosio sobre la muerte de su hermano. Del Oficio Divino.
En este día rezamos por los difuntos que están en el purgatorio. Los que han ido al cielo son santos y no necesitan oración. Los que están en el infierno no pueden beneficiarse de la oración ni la desean. Solo rezamos por las difuntas almas del purgatorio. Pero como no sabemos con seguridad si un difunto está en el purgatorio (a no ser que la Iglesia lo haya declarado santo en cuyo caso está en el cielo), es bueno rezar por todos los difuntos.
Intercedemos por todos los difuntos, en especial nuestros familiares y conocidos, para que pronto se encuentren con el Señor en el cielo.
Es antigua costumbre cristiana visitar los cementerios el día de los difuntos y llevar flores como signo de amor y honra. Recordamos nuestros ancestros sobre todo en la Santa Misa ofrecida por ellos.
Santo Tomás: rezar por los difuntos es la mayor obra de misericordia, aún más que rezar por los vivos, ya que éstos pueden valerse por sí mismos.
Indulgencia Plenaria por la octava de la Solemnidad de Todos los Santos
A favor de las almas del purgatorio:
Podemos pedir por alguien en especial pero Dios es quien decide a quién se aplica pensando en el mayor bien de la Iglesia y el nuestro. Se pueden ganar un máximo de una indulgencia plenaria por comunión (una por día).
Condiciones:
1-Visitar un cementerio y devotamente rezar, aunque sea mentalmente, por los difuntos desde el 1 al 8 de Noviembre (otros días del año la indulgencia es parcial)
2-Visitar una Iglesia el día de los fieles difuntos (desde la tarde del 1 de Noviembre hasta el 2 de Nov. inclusive) Al visitar la Iglesia rezar el Padre Nuestro y el Credo.
Se deben además satisfacer las siguientes condiciones:
-Confesión sacramental, ocho días antes o después.
-Comunión
-Rezar por las intenciones del Santo Padre (un Padre Nuestro y Ave María).
Las tres condiciones se pueden satisfacer varios días antes o después hacer de la visita. Sin embargo es apropiado que la comunión se reciba y la oración por la intención del Santo Padre se rece en el día de la visita.
La abadía de Cluny, origen de la fiesta litúrgica de los difuntos
Aunque la costumbre de orar por los difuntos y celebrar misa por ellos es tan antigua como la Iglesia, la fiesta litúrgica por los difuntos se remonta al 2 de noviembre de 998 cuando fue instituida por San Odilón, monje benedictino y quinto abad de Cluny en el sur de Francia.
En el siglo XIV, Roma adoptó esta práctica. La fiesta fue gradualmente expandiéndose por toda la Iglesia.
El Papa San Juan Pablo II, en un mensaje que envió al obispo Raymond Séguy, abad titular de Cluny el 12 de octubre del 1998, señala que en ese año se celebró también el centenario de la fundación de la Archiconfraternidad de Nuestra Señora de Cluny, encargada de rezar por las almas del purgatorio, y el XL aniversario de la publicación del boletín «Lumière et vie» (Luz y Vida), que promueve la oración por los difuntos.
Juan Pablo II recordó que «San Odilón deseó exhortar a sus monjes a rezar de modo especial por los difuntos. A partir del Abad de Cluny comenzó a extenderse la costumbre de interceder solemnemente por los difuntos, y llegó a convertirse en lo que San Odilón llamó la Fiesta de los Muertos, práctica todavía hoy en vigor en la Iglesia universal».
Publicar un comentario